UN ADIÓS PREMATURO.

 Antes que la larga, exitosa y aún vigente historia de una marca, hubo la historia de un hombre. Un neocelandés llamado Bruce Leslie McLaren, cuya capacidad y perseverancia no sólo le permitieron en su infancia superar el mal de Parthes (una deformación en la cadera que complica el andar) sino que ya adulto le posibilitaron convertirse en una de las figuras del automovilismo internacional en la dorada década del 60. Un neocelandés de buenos modales y bajo perfil cuyo permanente deseo de progreso lo llevó en 1966 a construir su propio equipo de Fórmula 1 y soportar las primeros y difíciles tiempos que debieron transcurrir hasta su afirmación sobre finales de la década.

Ingrato el destino no le permitió disfrutar los grandes frutos de esa siembra que llegaron con los de triunfos (182), títulos de pilotos (12) y Copa de Constructores (89) de la mano de Emerson Fittipaldi, James Hunt, Niki Lauda, Alain Prost, Ayrton Senna, Mika Hakkinen y Lewis Hamilton. Tampoco llegó a ver el debut sobre uno de sus autos de Carlos Alberto Reutemann en una carrera de Formula 1 sin puntaje en enero de 1971 en el actual Gálvez porteño.

Monaco 1966 vio el debut de McLaren con un auto de su construcción impulsado por un motor Ford. Abandonó por una fuga de aceite. También un abandono en Mónaco mostró su última carrera en el Mundial disputada 23 días antes de su muerte.

Implacable la muerte se le presento el segundo día de junio de hace medio siglo en Goodwood, un antiguo circuito inglés, por entonces sólo estaba habilitado para las pruebas. Obstinado y perfeccionista como lo era, Bruce no se conformaba con el dominio que el equipo que integraba con su compatriota Denny Hulme, ostentada en la Copa Can Am, un rentable el torneo de potentes autos Sport que se disputaba en Canadá y Estados Unidos. Quería más y por eso luego de ver el noveno puesto de Carl Williams en las 500 Millas de Indianápolis con un auto de su construcción, voló a Inglaterra para probar el nuevo McLaren M8 D Chevrolet.

Su ansiedad por la prueba no se derrumbó ante la demora en la llegada de la nueva suspensión trasera y por eso decidió trasladar la que tenía el auto de Hulme al suyo. Eran las 10,45 cuando salió a la pista. Veinte minutos más tarde en pleno tránsito de la recta Lavant a unos 270 Km/h, el desprendimiento del alerón trasero desestabilizó el andar del auto. El desesperado frenaje que intentó Bruce no logró impedir que el descontrolado andar terminase con un choque contra la única casilla de banderilleros existente en el circuito en desuso. McLaren murió en el acto, dejando viuda a Pat Broard y sin padre a Amanda.

McLaren se dio el gusto de ganar con un Ford en las 24 Horas de Le Mans 1966 junto a su compatriota Chris Amon. Fue la recordada carrera que puso fin al dominio de Ferrari en las tradicional competencia.

Así a los 32 años se truncó la vida de quién como piloto, peor básicamente cono constructor tenía mucho por entregar al automovilismo. Un Bruce McLaren que no vivió mucho pero pudo darse el gusto de festejar el último (Bélgica 1968) de sus cuatro triunfos puntuable (Estados Unidos 1959, Argentina 1960 y Mónaco 1962 fueron los otros) con un auto de su propia construcción. Que en 1966 tuvo la satisfacción junto a su compatriota Chris Amon de encabezar el dominio Ford en las 24 Horas de Le Mans, recreadas recientemente con la película Contra lo Imposible. Que fue campeón de la Copa Tasmania (1964) y bicampeón de la Copa Can Am (1967 y 1969). Y que con su victoria en Estados Unidos con 22 años y 104 días mantuvo hasta 2003 del récord de ser el más joven vencedor entre los habituales participantes en el Campeonato Mundial

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En cambio no pudo Bruce McLaren imitar a su padrino deportivo Jack Brabham, y ser campeón con uno de sus autos. Una satisfacción que le quedó para campeonísimos del nivel de Fittipaldi, Hunt, Lauda, Prost, Senna, Hakkinen y Hamilton. Nombres con un peso tan grande que relegaron a la marca y mucho más al hombre que le dio vida.

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