“A LA DISTANCIA LAS COSAS SE VEN MEJOR…”.

Apartado unos metros del grupo de pilotos que escuchaban las últimas indicaciones del comisario deportivo, Roberto José Mouras, le hizo este comentario a quien firma esta nota. Habló con el mismo tono tranquilo pero firme de siempre. Sin gestos ampulosos ni la más mínima sensación de soberbia.

Los duelosy choques entre Mouras y Castellano, dieron que hablar en el TC de los 80. Enconados rivales en los circuitos, se respetaban fuera de las carreras.

 

Así era Roberto. Simple pese a que lo tenía todo. Buen poder económico, talento para practicar el automovilismo, habilidad para los negocios, excelente imagen ante la gente, arrastre entre las mujeres. Lo tenía todo, pero a diferencia de muchos de los personajes actuales que tienen mucho menos, no lo exhibía, no alardeaba, no marcaba diferencias con su interlocutor. Simplemente disfrutaba todo eso. A su manera, con sus afectos.

Tampoco, como debe ser, ostentaba de las múltiples donaciones que realizaba a instituciones benéficas. En cambio, sobre un auto de carrera se transformaba. Era terrible. Tremedamente competitivo, siempre iba al frente, quería ganar siempre. No daba pero tampoco pedía concesiones.

Era un domingo radiante de sol, aquel 22 de noviembre de hace un cuarto de siglo. El semipermanente de Lobos desbordada de gente ansiosa por ver una carrera importante (era la anteúltima fecha), para la definición del título  que tenía como candidatos a Oscar Aventín, Juan Manuel Landa y Roberto Mouras.”Voy a pelear con todo el título hasta el final, no me van a ganar así nomás”,  había dicho Roberto  dos semanas antes en el circuito de  San Lorenzo cuando pagó con un despiste su intención de hacerle frente a un  Ford de Aventín que creía en otra dimensión No fue el primer golpe fuerte. Unas semanas antes se había despistado feo en el famoso curvón de Nueve de Julio.”Estás arriesgando demasiado”, le alertaban sus allegados.

El número 1 en los laterales de sus autos fue el que se correspondió con la capacidad conductiva de Mouras. Lo lució tras los títulos obtenidos en 1983, 1984 y 1985.
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Fiel al espíritu que lo guiaba cada vez que se subía a un auto de carrera, aquel domingo en Lobos, Mouras salió a darlo todo sobre el Chevrolet azul y blanco número 9. Se vio en ese duelo rueda a rueda con el Dodge del Chueco José María Romero. Un duelo que se enmarcó con los entusiastas  gritos de aliento de los hinchas ante cada pasada. Así una y otra vuelta, hasta que de pronto la imagen habitual se distorsionó con el despiste del Chevrolet y su terrible golpe contra el talúd de tierra, esos de dudosa “seguridad” que formaban parte de los semipermanentes, justamente para brindar seguridad. Se habló prioritariamente del reventón de un neumático delantero izquierdo del Chevrolet como causa, aunque hubo quienes sostuvieron tibiamente la teoría de un toque con Romero.

Lo cierto fue que de repente todo ese ruido se transformó en un expectante silencio. En principio tuvo el tono de ansiedad por ver salir indemnes a los tripulantes del Chevrolet, luego pasó al de preocupante expectativa al observar que no eran los mejores los gestos que hacían quienes se acercaron al Chevrolet, enseguida se transformó en angustia  al ver llegar a la ambulancia y finalmente recaló en la resignación cuando el lento andar de esa ambulancia rumbo al hospital dio a entender que ya no había nada que hacer. El circuito fue invadido definitivamente  por ese silencio que, paradójicamente se escuchó mucho más que el sonido de los motores, que hasta pocos minutos antes lo poblaban en otro domingo de  fiesta del Turismo Carretera.

 

El emotivo duelo con el Dodge de Romero en los instantes previos a la tragedia. Hasta ese momento Mouras lideraba la carrera, luego detenida por el accidente, fue declarado ganador post mortem.

 

Ese silencio fue quebrado por los espontáneos  aplausos que surgieron desde todos los rincones del circuito y sin distinción de hinchas, luego que las transmisiones radiales anunciaron en apenas cuatro palabras lo que nadie quería escuchar pero ya se intuía: “Roberto Mouras ha muerto”.  Enseguida el silencio volvió a ganar la escena  en esa retirada de la gente que, con lágrimas en los ojos y las banderas bajas, reflejaban tanto el dolor como el respeto al ídolo caído.

No era para menos. A los 44 años (había nacido el 16 de febrero de 1948), había muerto Roberto Mouras, uno de los grandes de la historia del TC. El segundo mayor ganador (50 victorias)  detrás de Juan Gálvez  (56). El de los tres títulos consecutivos (1983-84.85), con Dodge. El del récord  aún vigente de 6 triunfos consecutivos logrados en 1976, con el legendario 7 de Oro. El de los ásperos duelos con Oscar Castellano, duelos que según su acompañante y amigo Hugo Mazzacanenunca más volvió a tener el TC…”. El que nunca pudo darle un título a  Chevrolet, la marca de sus  amores, pero igual se ganó el cariño eterno de sus seguidores, como así también el respeto unánime todas las hinchadas y la gente del ambiente.

El que murió hace 25 años, pero sigue vivo en el recuerdo de todos.

 

Por Miguel Sebastián

Fotos: historia del TC y Prensa ACTC

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