EL RECUERDO DE UN GRANDE.

No me sumo al coro que con Niki Lauda ya instalado en el recuerdo rápidamente, lo pregonan como el ídolo de sus años jóvenes en la renovación de ese tradicional ejercicio de que la muerte lo purifica todo. Esto no significa que desconozca su grandeza deportiva y personal, forjadas en un tiempo donde las figuras  abundaban en la Fórmula 1 y con hechos que quedaron en la historia.

Un NIki Lauda pleno en sus primeros años en Ferrari, cuando todavía el fuego del Nurburgring no había marcado su rostro con imborrables huellas. Heridas que sin embargo no atenuaron su templanza.

Niki no fue un ídolo en el real sentido de la palabra. Si, fue un grandísimo personaje, además de un excelente piloto y astuto campeón, cuya dimensión al nivel de leyenda casi popular llegó a partir de aquel accidente de Nurburgring. Aquel fuego no sólo marcó eternamente el rostro de Lauda y quemó la Ferrari. También consumió la imagen fría y calculadora que hasta entonces lo caracterizaba. Por eso en una Argentina, que a mediados de los 70, y de la mano del creciente protagonismo de Carlos Alberto  Reutemann conocía más de la Fórmula 1 que del propio automovilismo local, se lo veía  talentoso pero dístante. Más cercano estaban Emerson Fittipaldi, por ser sudamericano, Clay Regazzoni, por su espíritu latino,  James Hunt, por sus excentricidades, Ronnie Peterson, por su espectacularidad.

Aquel fuego de Nurburgring lo cambió todo. Mostró que detrás de esa mascara inmutable había un ser humano. Y todos comenzamos a verlo distinto. Ya no era “el computer” del rostro inescrutable y el andar imperturbable. Era el hombre  que había ganado su batalla contra la muerte, sin rendirse cuando todo parecía perdido. Así entre los argentinos comenzó a ganar en interés y cierta admiración que tal vez en ese momento limitó su rivalidad con Carlos Alberto Reutemann.

Todavía  recuerdo los cantos de “me parece que Niki no sale campeón, sale Lole, si señor…”, que bajaron desde las tribunas del actual Autódromo Gálvez en los días previos al Gran Premio de Argentina 1978. Una vez terminada esa convivencia que no fue fácil y dejó huellas (recuerdo las dificultades que hubo para juntarlos en una nota paran Clarin), y junto con otros hechos históricos como su sorpresivo retiro, el regreso, el tercer título y el adiós con vida y toda la gloria, la imagen de Lauda ganó muchos puntos ante los ojos de los argentinos. Y esa imagen es la que prevalece a la hora del recuerdo final ante su muerte.

El responsable técnico de Ferrari , Mauro Forghieri junto a Lauda y Reutemann en los agitados días de principios de 1977, cuando la llegada del argentino no fue bien vista por el austriaco que lo veía como el enviado de don Enzo para reemplazarlo.

Entrevisté a Niki en enero del 82 en la previa de su regreso a las pistas con McLaren. Fue en el Kyalami Ranch, aquel pintoresco hotel-rancho que alojaba a los pilotos para el Gran Premio de Sudáfrica, y donde los periodistas podíamos compartir las mesas de desayuno y almuerzo con los corredores. Otros tiempos. Lejos están hoy, como lejos estaba aquel momento de imaginarlo diez años antes, en otro enero pero de 1972, cuando como símple aficionado en las tribunas del autódromo porteño, escuché el despectivo “éste corre porque la familia tiene plata”, lanzada con esa apresurada filosofía popular ante el cómodo paso en el último puesto, donde largó y llegó, del March 721 que en el Gran Premio de la República Argentina manejaba un por entonces ignoto Niki Lauda. Con su capacidad, trabajo y tremenda determinación, Niki mostró que corría porque tenía talento. Lo captó desde el televisor, don Enzo Ferrari, al ver en 1973 la forma con la que con su BRM P 160 E, Lauda resistía en Mónaco, nada menos, su tercer puesto ante los ataques de la Ferrari del consagrado Jackie Ickx. El abandono, por un problema en la caja no atenuó el entusiasmo de don Enzo. “Tenemos que hablar con ese muchacho…”, le ordenó a Luca de Montezemolo. Fue el paso inicial para su ingreso a Ferrari al año siguiente. “Me jugué con todo en esa carrera porque sabía que podían verme. Por suerte se dio“, contó Niki con el tiempo.

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“Ahora puedo, pero cuando empiecen las pruebas tendré que ocuparme del auto y no daré notas, tenés 20 minutos…”, me dijo Lauda con tono amable pero firme en pleno comedor del Kyalami Ranch como aprobación de mi pedido para el reportaje. Veinte minutos eran pocos para tamaño personaje, pero muchos para la dificultad de entrevistarlo en un momento en que por su regreso era el más requerido. Traté de aprovechar cada segundo en una charla en la que el repaso de los distintos temas, me mostró a un hombre determinado para enfrentar los nuevos desafíos y seguro de las decisiones tomadas. Pragmático, pero también con toques de humor, que demostraban que había aprendido de esa experiencia de estar cerca de la muerte y escaparle. Volvi a entrevistarlo años más tarde, cuando junto con su compañero Alain Prost formó parte de las giras promocionales a Sudamérica de la tabacalera que auspiciaba a McLaren. Lo noté más distendido con ganas de disfrutar esos últimos años de su campaña deportiva.

 

Lauda fue un fuente permanente de consulta para Toto Wolff, el director deportivo del equipo Mercedes Benz. Su experiencia sirvió para imponer calma en los momentos tensos del duelo Hamilton-Rosberg.

Me apenó la noticia de la muerte de Lauda. Porque significó el adiós de un parte grande de una época inolvidable de la Formula 1. Y repito lo del comienzo, no fue mi ídolo deportivo, pero si uno de los pilotos a quien más admiré, a partir de una personalidad especial que fui conociendo con las lecturas de sus libros y que confirmé con el trato personal. Una personalidad que con su determinación y capacidad supo lo que quería y como lograrlo y que además tuvo el temple y coraje de poder postergar por 42 años el llamado de la muerte.

Una muerte a la que mucho antes de Nurburgring, estuvo a punto de entregarse voluntariamente. Fue en el otoño europeo de 1972 cuando las abultadas deudas acumuladas para subirse al March, los pocos resultados y la incertidumbre del futuro le movilizaron un pensamiento que así contó en su libro «Mi Historia»:

“Cuando salí de la fábrica de March, en Bicester, luego que me comunicaran que no tenía lugar en la Fórmula 1, por primera y única vez en la vida se me cruzó la idea de suicidarme. Sabía que en ese largo camino a casa había  una zona de T que terminaba en un duro muro. Solo sería cuestión de acelerar a fondo y seguir de largo. Seria fácil porque encontraría el muro… Por suerte cambié de idea a tiempo y decidí seguir luchando…”.

Por suerte cambió de idea, porque el tiempo sirvió para mostrar lo válido de la lucha, la esperanza y la perseverancia aun en los momentos más difíciles de la vida. Es la gran enseñanza, que más allá de sus múltiples éxitos deportivos, nos dejó Niki Lauda. Por eso ganó mi admiración.

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2 COMENTARIOS

  1. Estimado Miguel Angel:
    Como extraño esa excelsa pluma en los medios gráficos. Se explica en esta y otras razones, la pèrdida de importancia e interés que afecta a nuestro automovilismo. Hoy avanza el amarillismo y no alcanzo a determinar cual es el motivo. En la mayoria de tus notas se respira aire puro. Sin duda en tu profesión has tomado el ejemplo de Niky Lauda. Gracias y felicitaciones

  2. Tarde pero seguro, va mi agradecimiento por los elogios. Es cierto, Lauda fue un personaje con los que más me identifiqué por su espiritu de lucha y determinación, caracteristicas de los piscianos como Niki y quien esto escribe.

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