CONFIESO QUE GILLES VILLENEUVE me “decepcionó” en mi primera impresión visual en el caluroso enero de 1978, cuando llegó ya definitivamente integrado (hubo dudas de su continuidad en la pretemporada tras el auto que rompió en Japón en su segunda carrera en el choque con el Tyrrell de Ronnie Peterson que mató a dos espectadores) al equipo Ferrari y como el compañero de equipo de Carlos Alberto Reutemann.

En el interior de los viejos boxes del Autódromo, por entonces llamado Municipal, lo ví tan menudito, tan chico físicamente, incluso su rostro juvenil denotaba algunos menos de los 28 años que estaba  a punto de cumplir, que me costó creer que era el mismo que había cautivado a Enzo Ferrari por su arrojo y entrega o el mismo que sobre un auto de carrera, sus rivales ya consideraban  como “el nuevo niño terrible”. Acrecentó mi impresión verlo tan tierno con su esposa Joann y con su hijos Melanie y Jacques, sí, el mismo que veinte años más tarde luciría en ese mismo autodromo porteño, ya denominado Oscar Gálvez, el número 1 de campeón mundial en su Williams. Esa imagen familiar de Gilles no me cerraba con la del piloto temperamental, espectacular del que todos hablaban.

Empecé a cambiar de perspectiva sobre Gilles apenas crucé las primeras palabras. Fueron cordiales, como su trato, pero firmes. Con respeto pero sin vueltas, ni cassette, tocó el tema que para la gran cobertura de Clarín, me llevó a entrevistarlo: su opinión y relación con Reutemann. “Es un profesional de mucha experiencia, serio y veloz. Trataré de aprender de él pero también intentaré de andar lo más rápido que pueda, ya que en el equipo nadie me hizo sentir como el número dos” me dijo con simpleza y sin poses. Simplemente con convicción. La charla siguió por otros temas pero me quedó claro que una vez más las apariencias habían engañado. Aquella imagen inicial de Gilles nada tenía que ver con la realidad. Era un grande por calidad y temperamento. Que sabía lo que quería y cómo conseguirlo.

Volví a tratarlo otras veces después de aquel Gran Premio de Argentina. Cumplió lo dicho de respetar a Lole pero también sin apichonarse ante la dimensión deportiva de su compañero. Achicarse no era lo suyo.  Sin antiflama la imagen visual fue la misma de la primera vez,  pero no mi opinión. Ya sabía de verdad quien era Gilles Villeneuve.

Por Miguel Angel Sebastián 

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