”FUE UNA GESTA, HOY ES UNA LEYENDA”
Esta es la frase que se lee en el monolito que en la zona de los boxes del Autódromo de Rafaela recuerda aquella histórica visita que los autos del por entonces USAC estadounidense (actual IndyCar) hicieron al veloz circuito santafesino otro domingo 28 de febrero pero hace medio siglo. Una presencia que con apenas dos meses de avanzado aquel lejano 1971 completó una serie internacional iniciada por el Campeonato Mundial de Sport Prototipo (10 de enero) y continuada por la carrera de Fórmula 1 sin puntaje (24 de enero) que marcó el debut de Carlos Alberto Reutemann en la Máxima. Imposible imaginar en estos días esas visitas de primer nivel tan numerosas y continuadas. Ni siquiera tenemos una. Otros tiempos. otra Argentina.
Única e irrepetible.
Esto podría agregarse para definir aquella jornada que quedó grabada a fuego en los amantes del automovilismo y especialmente los rafaelinos. Es que por encima de tiempos y circunstancias actuales muy diferentes a aquellas, difícilmente se encuentre gente con la pasión y el coraje que le pusieron los directivos del Club Atlético Rafaela, liderados por su presidente Eduardo Ricotti, para llevar adelante esa idea, que algunos calificaron de locura, de traer a los ases de Indianápolis a correr en Rafaela.
Mirá este video para conocer más de lo sucedido en esos inolvidables días en Rafaela.
https://www.facebook.com/watch/?v=929828921090965
Esta idea-locura nació a mediados de 1970 cuando al regresar de las 500 Millas de Indianápolis, Virgilio Márquez directivo del club, la puso a consideración de la comisión directiva donde ya trabajaba y mucho el recordado Ero Borgoño, quien hasta sus últimos días contaba con orgullo esos momentos La idea se aceptó y a partir de ese momento comenzó un largo y difícil caminos con varios objetivos. Concretar la visita de Henry Banks, capo del USAC por esos días, realizar los trabajos que solicitó en la pista (mejoras de los guardrails con colocación de tejidos protectores, ensanchamiento de los boxes, reasfaltado de la pista), convencer a los directivos norteamericanos para que la carrera otorgase puntaje para el campeonato y así pudiera tener a las principales figuras. Todo se tuvo listo el 22 de febrero, incluso una semana antes se depositó en la cuenta del Banco de Indianápolis el cheque por 90.000 dólares que más el costo por el traslado de 137 personas (entre pilotos, otros integrantes de los equipos y directivos) demandó la organización. de la carrera. Actualmente parece irrisorio pero en aquel año resultó un alto precio que costó cumplir y erosionó algunos patrimonios de los directivos rafaelinos.
Los viajes y alojamientos fueron otros duros obstáculos superados por ese incansable trabajo y pasión que pusieron los organizadores para sacar adelante la carrera. Sin un aeropuerto disponible en Rafaela, los dos vuelos provenientes de Los Angeles y Miami llegaron el 17 de febrero a Paraná. Desde la capital entrerriana los autos fueron trasladados en camiones del Expreso Santa Rosa, especialmente adecuados. En cuanto al hospedaje de los visitantes, ante el la escasez de hoteles, muchas personas fueron distribuidas en casas de familia. A esto no solo contribuyó la incansable tarea de los organizadores sino también la buena predisposición de los visitantes. Algo difícil de imaginar en estos tiempos de tratos más exigentes, distantes y fríos. Con esta actitud los visitantes contribuyeron a esa gran fiesta que para los rafaelinos era la carrera. Resultó tanta la buena onda que incluso hubo un piloto, Bill Simpson, que terminó en casamiento la relación iniciada con una chica rafaelina.
A ese clima tan agradable contribuyó la admiración y sorpresas mutuas. Es que así como los rafaelinos se entusiasmaron por ver en su ciudad a los pilotos de Indianápolis, los estadounidenses no ocultaron su admiración por lo que vieron en este lejana ciudad de Sudamérica. Por ejemplo, Banks quedó sorprendido por el tamaño de la pista, las largas rectas (mayor que las de Indy) y los amplios curvones. A Tony Hulma, director del circuito de Indianápolis, le encantó la pasión de los argentinos. “Si la tuviéramos en Estadios Unidos, ya estaríamos corriendo en la Luna” sentenció. Patético.
En pista esruvieron todas las figuras de la época en el USAC. El campeón Al Unser, su hermano Bobby, asistido por Dan Gurney, Lloyd Ruby, Joe Leonard, Gary Bettenhausen, Gordon Johncock, Anthony Foyt, Mike Mosley, Roger McCluskey, Cale Yarborough, y esa jóven esperanza inmolada dos años después en Indianápolis que era Sveede Savage. Entre ellos hubo un argentino: Carlos Alberto Pairetti. “Mi sueño era correr las 500 Millas de Indianápolis, pero hacerlo en las Indy 300 fue un aliciente” reconoce Pairetti, quien en mayo de 1970 vivió un frustrado intento para correr en las 500 Millas de Indianápolis. Esto lo convirtió en el candidato indicado para representar a Argentina en Rafaela y así lo hizo sobre un Volstedt del equipo de Dick Simon. Con un poco de verguenza y mucho de humor, todavía cuenta la anécdota de su trompo en boxes en su primera salida al no estar acostumbrado al doble turbo de los motores Ford.
Con los entrenamientos comenzó el 23 de febrero la cacería de los récords. En las pruebas iniciales, Ruby estremeció los cronómetros con un tiempo de 59s 60/1000 a ¡279,105 Km/h.! para los 4.618 metros del circuito. Quedó como la marca más rápida porque ni el propio Ruby la mejoró en la clasificación, obtenida con su Laycock Ford al marcar un tiempo de 59s 71/1000 a un promedio de 278,625 Km/h. Pairetti clasificó 17° sobre 28 autos.
“Espectáculo salvajemente impresionante” fue el calificativo de los enviados de la Revista Corsa, para definir lo visto en la pista, con autos de 700 HP alcanzado velocidades de 320 Km/h y doblando casi a fondo en los amplios curvones. Dos series de 53 vueltas cada una compusieron las 300 Millas Indy. En ambas venció Al Unser que obviamente se llevó al suma de tiempos, escoltado Ruby y Leonard. Digno resulto lo de Pairetti que terminó 9°. Pese a las altas velocidades sólo hubo un gran accidente en la segunda serie. Fue el de Bentley Warren que obligó a una detención de casi una hora aunque por suerte el piloto estadounidense salió ileso. Ese segundo parcial también tuvo un par de vuelta menos ante la decisión de los organizadores de adelantar el final ante la proximidad de una tormenta que recién se descargó con todo (125mm) a la noche durante al cena de entrega de premios. Hasta el tiempo s asoció a la fiesta
La gente del USAC volvió contenta y entusiasmada a su pagos y durante algunos años mantuvo la esperanza del retorno con cartas enviadas al Club Atlético Rafaela. Lamentablemente no pudo ser. El esfuerzo económico resultó muy duro y costo cumplirlo. También los tiempos empezaron a cambiar con un creciente aumento del profesionalismo que no fue dejando demasiado margen para este tipo de patriadas. La categoría , con las nuevas denominaciones de CART e IndyCar, amplió sus mercados y llegó a Oriente, Europa y volvió a Sudamérica pero su destino fue Brasil. A Rafaela le quedó el privilegio de haber sido la primera fuera del ámbito de Norteamérica.
Por todo esto, las 300 Indy fueron únicas e irrepetibles. Por lo sucedido dentro de la pista y por la conmoción causada en Rafaela. El colega Victor Fux (presenta el libro 300 Indy. Historia de una epopeya) la vivió en 1971 con el entusiasmo de un chico y esto selló una relación que ya desde su función periodística dio a conocer en las numerosos viajes que realizó para ver las 500 Millas de Indianápolis, Vale rescatar su pedido.
“Quienes vivimos las Indy 300, debemos renovar cada año el compromiso para que la llama del recuerdo no se apague …” pide.
Esa fue la intención de esta nota.
Gracias Miguel por esta nota,que revaloriza una carrera que no merece nuestro olvido.Parece increible girar en el ovalo a casi 280kmh de promedio.Impresionante,sin palabras.
Que espectaculo habra sido aquello,como tambien lo eran las 500 millas argentinas de F1 Mecanica Argentina.Cuanto que perdio nuestro automovilismo en tantos años,que pena.