CUANDO LOS PRINCIPIOS TIENEN VIGENCIA
Veinte años después de haber conseguido su último triunfo en el automovilismo, y a tres décadas de coronarse campeón de Turismo Carretera, Walter Antonio Hernández volvió a mostrar su talento y sus convicciones.
(Alerta periodística: este cronista, que sostiene la necesidad de la imparcialidad y no cree en la objetividad, hace este paréntesis para avisarle a los lectores que lo unió una bellísima amistad con Hernández, adormecida solo por el paso del tiempo y las circunstancias profesionales de cada uno, y que quizás pierda un poco de esa imparcialidad de la que se enorgullece).
Conocimos pocos pilotos en el automovilismo argentino con las convicciones de Walter Hernández. Un tipo que no transó. “Yo me retiré cuando no quería retirarme”, se encargó de señalar una y otra después de haber obtenido su triunfo en el TCR Sudamericano, en el circuito Oscar Cabalén que llegó a conocer de memoria en la época en que era piloto oficial del equipo Berta Ford.
Por esas convicciones perdió la chance de retener el título de TC que podría haber ganado con comodidad en 1994; por esas convicciones perdió el campeonato de TC2000 de 1997 en un equipo en el que no se sentía del todo cómodo precisamente a causa de su estatura ética.
Esas convicciones, que acaso conspiraron contra el grosor de su historial, le han sabido granjear, sin embargo, el respeto de los hinchas.
“Siguen reconociéndome en la calle, en cualquier punto de la Argentina. Me paran los padres para decirles a sus hijos ‘éste es Walter Hernández’, y creo que eso tiene que ver más con los valores que puse en práctica y la trayectoria que con los resultados”, me dijo en una nota que publicamos en el diario La Nación en 2017, cuando volvió brevemente de su retiro para competir en los 1.000 Kilómetros de Buenos Aires de TC.
Acaso sea bueno para la memoria, y también para quienes no lo vieron correr, reproducir algunos de esos párrafos de aquella nota:
“Estoy contento con lo que hice en el automovilismo: para mí es más importante haber sido competitivo durante tantos años siendo lo más correcto posible que haber sido campeón. De alguna manera estoy cosechando lo que sembré en las carreras”
“Quizás me reconocen de esa manera porque la gente quiere ejemplos y no ve valores en los líderes; no digo que yo sea ese ejemplo, pero la gente me valora haber tenido palabra, mostrarme convencido de las decisiones que tomé”.
Nunca lo dirá, pero su convicción le señala que el campeón de TC2000 de 1997 fue él, más allá de lo que sucedió aquel día lluvioso en el óvalo de Rafaela. Y que la copa de campeón de TC de 1994 bien podría engalanar su vitrina.
En aquella nota lo explicamos así: “Hernández ganó el campeonato de 1993, en su primera temporada completa en la popular categoría y, fiel a sus principios, se negó a continuar corriendo en ruta al año siguiente, después del accidente mortal de Osvaldo Morresi; eso le valió una suspensión de la ACTC que acabó por hacerle perder el segundo título consecutivo”.
Hernández perdió varias carreras ese 1994: las que voluntariamente eligió no correr en circuitos semipermanentes, y las dos fechas en las que no pudo participar a causa de esa sanción. Un año que había arrancado con holgura y mucha ventaja, acabó definiéndose en Buenos Aires, en la última carrera, también bajo la lluvia. Ese día ganó el Flaco Traverso, se consagró Lalo Ramos y Walter, pese a la amargura del equipo, demostró el valor de las convicciones.
Después llegó la época del equipo oficial Volkswagen en TC2000, liderado por Guillermo Maldonado y aquella derrota en el camión de la CDA en Rafaela; el pase al equipo Ford y la dura pelea interna con Gabriel Ponce de León. La última victoria, el 23 de noviembre de 2003, precisamente en el Oscar Cabalén, los últimos años en el TC a bordo de un Ford…
Y este Hernández de 57 años, que no tiene la menor intención de volver a las grandes ligas, que el año pasado intentó correr con un Alfa Romeo la carrera de TCR Sudamericano disputada en el autódromo porteño, y que se olvidó del tema hasta que, diez días antes de esta carrera en el Cabalén le ofrecieron un Link&Co, ha vuelto a triunfar. “Me favoreció la inversión de la grilla en la segunda carrera”, se encargó de subrayar. «Me ayudaron todos, mis compañeros, mis compañeros de equipo. Noto que todo el mundo está contento con mi triunfo, y yo también».
En el libro “100 ídolos del automovilismo argentino” (El Gráfico, 2013), me permití escribir lo siguiente: «Un caso único. Salió campeón con Ford pero siempre fue reconocido por los hinchas indistintamente de la divisa que alentaran. Al piloto de Nicanor Otamendi le reconocieron siempre el carácter deportivo de su empesa y la honestidad con la que defendió sus principios (…) Nunca terminó por dedicarse completamente al automovilismo, lo que le habría dado los resultados lógicos que su capacidad ameritaba. Pero necesitó muy poco para transformarse en un ídolo que hoy la tribuna, todavía, extraña”.
Una década después, no le tocaría siquiera una coma.
Excelente nota Pablo,da gusto leer y releer a Periodistas que valoran la ETICA y HONESTIDAD deportiva de grandes pilotos como Walter y tantos otros,esas que brillaron por su ausencia el pasado domingo en Toay.
Leerte es como un balsamo ante tanta mugre,porque nos volves a recordar que importa mas el camino recorrido que el resultado.
Saludos desde el sur
Hermoso relato Pablo siempre se puede saber que los textos son tuyos antes de ver quien lo firma, y Walter es un piloto que no necesita demostrar nada, un verdadero mostro. Un crack escribiendo acerca de otro crack.