JAMES HUNT FUE CAMPEON MUNDIAL de Fórmula 1 en 1976. Esa evidencia histórica, al menos, se respeta en “Rush”.
La última película del laureado Ron Howard, que se estrena esta semana en los cines porteños, viene precedida de una enorme expectativa, parte de la cual se vio reflejada aquí en VA. El nudo central de la trama, la relación entre dos pilotos de F-1, fue el principal responsable de semejante clima. Pudimos verla en anticipo gracias a la premiere que montaron los amigos de TAG-Heuer. En un punto, los espectadores comunes no van a verse defraudados. Los fanáticos, probablemente sí.
Hay que decirlo de entrada: no es un documental, es una película, y por lo tanto juega a gusto con el lenguaje del cine y sus posibilidades. El manejo de la cámara es electrizante y la fotografía impacta. Pero los que buscaban una vuelta sobre el duelo entre Hunt y el austríaco Niki Lauda no encontrarán aquí una cuota adicional de evidencia histórica.
Aunque la realización contó con el asesoramiento del propio Lauda (que, según cuentan, durante el rodaje pretendió avanzarse a la pareja del guionista Peter Morgan, austríaca como él), la trama guarda pocos contactos con la realidad más allá de los obvios: que Lauda corría para Ferrari, que Hunt lo hacía para McLaren, que el título se definió en el Monte Fuji.
Después, el giro sinuoso del drama es completamente libre. Y eso se le puede reprochar al montaje. Habiendo manipulado a voluntad los sucesos, Howard no se animó a ir hasta el final, sacrificando la cadencia cronológica en función de su interpretación del drama, y entonces, por momentos la sucesión de carreras sin incidencias decisivas en el relato lo torna tedioso. El final de Fuji posee tantas distorsiones que resulta difícil de apreciar en profundidad, aunque su factura técnica es irreprochable. Howard dispuso de un presupuesto de 50 millones de libras (más o menos unos 500 millones de pesos) para coquetear con el vértigo.
La reconstrucción de época es impecable, y resulta conmovedor el carácter compuesto por Daniel Bruhl (Lauda), sin duda merecedor de un Oscar por su interpretación. Tuvo la fortuna de poder utilizar al mismísimo austríaco como consultor para sus escenas, algo de lo que Chris Hemsworth (Hunt) se vio privado. Y se nota. “Mi papá no era así, tan arrogante” se lamenta Freddie Hunt, el hijo del monarca 1976, afincado en Buenos Aires y ligando de rebote la promoción que el estreno de la película levanta.
Bruhl/Lauda protagoniza las mejores escenas del filme: cuando es reconocido por dos fanáticos a bordo de un Lancia, y al ser protagonista involuntario del accidente de Bergwerk, en el Nurburgring. Su caracterización como el Lauda quemado, obra del maquillador Mark Coulier, es otra perla de la producción. Alexandra Maria Lara (Marlene Lauda) compone un papel muy sobrio y adecuado, mientras que el guión le brinda a Olivia Wilde (Suzy Hunt) menos protagonismo del que su belleza merece sin duda.
Es válida la intención de apelar a una audiencia más grande que la de los fanáticos: los carteles de promoción que se ven en Buenos Aires muestran a ambos protagonistas pero no aclaran explícitamente que se trata de dos pilotos de carreras ni hay menciones específicas a la F-1. No hay que esquivarla como a un coche en trompo, pero habrá que ver si los productores logran compensar esas decepciones que puedan generarle a los fanáticos ante tanta manipulación con el entusiasmo de un pleno de amantes lisos y llanos del cine.
Por P.V.
Fotos: Prensa TAG-Heuer