LA EVIDENCIA ES INOBJETABLE
Ayrton Senna no solo ganó la carrera del olvido, sino que, como Carlos Gardel con su voz, cada día maneja mejor.
¿Qué fue Senna para la historia del automovilismo mundial y, en particular para la Fórmula 1? Los historiadores se pondrán de acuerdo alguna vez, pero si hubiera que elegir ya a los cuatro máximos exponentes de la conducción deportiva, mi cuarteto lo incluiría junto a Tazio Nuvolari, Juan Manuel Fangio y Jim Clark. Sí, ya sé: no está Michael Schumacher, pese a sus siete títulos mundiales. Al cabo, los resultados forman parte de la evaluación pero no la agotan: también el legado, lo que representaron para generaciones, incluido el grado de comportamiento deportivo, deben formar parte de la estimación. Y Schumacher se aventuró demasiado por un camino que, es preciso reconocer, había abierto Senna. El de la omnipotencia rayana en el peligro.
¿Y por qué Senna fue parte de ese cuarteto y no, por ejemplo, Alain Prost, su archirrival? El brasileño fue en verdad una ráfaga de perfección, la puesta en escena más fiel de la obsesión en el automovilismo. Esa encarnación lo tornaba invencible. Comparte con los otros tres elegidos la idea de que, en estado de gracia, no solo era imbatible sino capaz de las hazañas más asombrosas. Su destreza en la proximidad del límite no tuvo parangón en su era, lo mismo que su intensidad para vivir la profesión de piloto. En cambio, Schumacher o Prost eran pasibles de equivocarse bajo una fuertísima presión.
Entre los tres ganaron prácticamente una de cada cinco carreras de la historia del Mundial de Fórmula 1 (que en abril de 2019 llegaba al GP número 1000, en China), pero cualquier ejercicio mental (honesto) muestra que es mucho más sencillo recordar los grandes triunfos de Senna que los del alemán o los del francés. Anoten:
- Estoril ’85, el primero de la cuenta, sacándole una vuelta a casi todos los rivales, con la pista inundada
- Detroit ’86, cuando tras perder dos veces la punta y sufrir luego una pinchadura, recuperó la vanguardia para ganar por medio minuto de ventaja
- Suzuka ’88, de pole a 14° a ganador y campeón del mundo: ni la caladura del motor en la partida pudo impedirlo
- Silverstone ’88, bajo un diluvio constante que atemorizó a Prost y la posibilidad de despistarse en cada giro
- Spa ’90, con pole, record de vuelta y de punta a punto con un dominio absoluto del circuito pocas veces visto
- Brasil ’91, con problemas en la caja durante el final que lo exigieron tanto que hubo que extraerlo del auto para llevarlo, exhausto, al podio
- Mónaco ’92, con seis últimas sensacionales vueltas por delante de Nigel Mansell que conducía un auto muy superior;
Interlagos ’93, dominando las circunstancias de una imprevisible lluvia torrencial, que provocaba trompos en plena recta, el día que Fangio lo felicitó en el podio - Donington ’93, cuando pasó de quinto a primero en la vuelta inicial y humilló a Prost
- Suzuka ’93, una dulce y larga batalla con el francés y un momento de zozobra con el debutante Eddie Irvine (que terminó a las piñas).
—¿Usted es el mejor piloto del mundo?-le pregunté en octubre de 1993
—Me parece que todo piloto de Fórmula 1 cree en sí mismo, en su potencial, su talento, sus cualidades necesarias para vencer. Si no fuese así, sería imposible mantenerse en una atmósfera tan competitiva –admitía- Me parece que, después de haber ganado tres títulos, lo más importante es la forma en la que se gana, el estilo. En un mundo dónde la Fórmula 1 tiene tanta penetración y llega a tantos chicos y jóvenes, lo importante es transmitir un mensaje honesto. Yo siento una responsabilidad con los jóvenes. Por eso entiendo que lo importante es el estilo con el que se hacen las cosas.
Transcribo una última pregunta de aquella entrevista, acaso la más significativa a la luz de lo inesperado, y una respuesta a la que no le sobra ni una coma.
—¿Nunca pensó que podía morirse arriba de un auto de Fórmula 1?
—La muerte forma parte de mi vida. Eso me preocupa, ciertamente. La diferencia entre mi trabajo, el de un piloto de Fórmula 1, y el de una persona más normal, es que a gente (la gente, la manera en que se nombra a sí mismo) aprende a vivir con el peligro de una forma más íntima, más natural. Ser consciente del peligro de salirme de pista, de lastimarme, de matarme, hace que establezca limitaciones, límites que procuro no superar, porque sé que de ahí en adelante –hace señas con sus manos, las mueve didácticamente delante de mis narices– el riesgo es demasiado. Por eso es muy importante tener siempre presente el riesgo, el umbral de la salud o el golpe.
Hoy lo recuerdan desde una rodovia (la SP-070, en San Pablo) hasta un asteroide (el 6543, que orbita el sol cada 3,44 años). Y millones y millones de fanáticos en todo el mundo.
En los Grands Prix de Fórmula 1, los puestos de merchandising que más productos comercializan son el de Ferrari y, todavía, el que recauda a beneficio de la Fundación Senna.
Sus restos descansan en el cementerio Morumbí, uno de los lugares más frecuentados por los turistas que pisan San Pablo. Es sencillo divisar su tumba: es siempre la que tiene más flores frescas.
¿Cómo no jurar que valió la pena?
Valeu, Ayrton.
(Extractos de la nota publicada en la revista Miura de abril de 2020).