FIGURA DE UNA ÉPOCA INOLVIDABLE.
No hace falta haber sido campeón para dejar un buen recuerdo.
Carlos Oreste Marincovich nunca fue campeón. Si, fue un fino y exquisito piloto que tuvo un destacado protagonismo en el automovilismo argentino en los 60 y 70. Épocas en las que se colmaban las tribunas de los autódromos y se desbordaban las rutas por la pasión de los aficionados por las carreras de autos. Épocas de grandes carreras, con el peligro de un accidente agazapado en cada curva de los circuitos y caminos. Épocas de pilotos del nivel de Luis Di Palma, Eduardo Copello, Héctor Gradassi, Carlos Pairetti, Nasif Estéfano, Gastón Perkins, Roberto Mouras, Néstor García Veiga, Juan María Traverso. Qué “nenes” del volante, ¿no?
Nacido el 3 de julio de 1943 en esa inagotable Cuna de Campeones que es Arrecifes, Marincovich, o el “Ruso Marincovich”, como se lo conocía en el ambiente, compensó esa falta de coronas con la conducción de autos emblemáticos La primera coupé Chevy ganadora en el TC (Vuelta de Chacabuco 1972) y el legendario Chevitú que le permitió debutar como vencedor en 1966 en Buenos Aires supieron de su fino estilo conductivo sin que esta característica le quitase velocidad. Virtudes que también exhibió en los Sport Prototipos Nacionales, Mecánica Argentina Fórmula 1, Turismo, TC 2000 y el Club Argentino de Pilotos en una campaña que concluyó en 1988. También ese estilo le permitió ser considerado en las Temporadas Internacionales de fines de los 60 y principios de los 70. No desentonó en sus aisladas presentaciones en la Fórmula 2 (1968) y Fórmula 5000 (1971) pero su fuerte estuvo en los Sport y especialmente cuando Oreste Berta lo convocó para compartir con Luis Di Palma la conducción ese Berta LR que tanto insinuó ante los SP Internacionales pero que lamentablemente tan poco entregó por distintos inconvenientes.
Esto no fue inconveniente para que el estilo fino y veloz de Marincovich llamase la atención del mexicano Pedro Rodríguez, por entonces un top-top del Sport Prototipo Mundial. Sus compromisos deportivos en Argentina le impidieron a Sandy, otro de los apodos con el que se lo conocía, aceptar la propuesta de una prueba en Porsche. Además de la satisfacción del reconocimiento deportivo, Marincovich se llevó del mexicano el consejo de cambiar el color amarillo de su casco. “Trae mala suerte” le argumentó Rodríguez, quien paradójicamente poco después, el 11 de julio de 1971, se mató en Norisring en una carrera de Sport.
Además de todo esto sobre un auto de carrera, Marincovich fue una persona de trato amable y buen dialogo. Una característica que mantuvo tras su retiro. Esto lo llevó con el transcurrir de los años a recopilar hechos y anécdotas de su trayectoria deportiva que reflejó en el libro “El automovilismo que yo viví” publicado a fines del año pasado con el deseo que “la gente conozca una época maravillosa del automovilismo”. Su muerte a los 77 años , como consecuencia de un virus interhospitalario que provocó un shock séptico tras haber superado un cuadro de COVID, convierte a dicho libro en un interesante legado para acompañar su gran recuerdo.