Un Max Mosley auténtico. De a poco va saliendo
Las controversiales declaraciones de Bernie Ecclestone elogiando el estilo dictatorial de Adolfo Hitler, de las que se desdijo un día después, quizás señalan que a sus 78 años el manager inglés está llegando a un límite infranqueable en términos de ubicuidad pública. También supone que la estrella del creador del show moderno de la Fórmula 1 brilla con tanta intensidad que nadie en su entorno es capaz de mirarlo sin encandilarse. Pero el escándalo con Bernie pasará como cuando dijo que las mujeres debían vestirse de blanco porque así hacían juego con los electrodomésticos de la casa.
En la prensa británica se sugirió que alguien con autoridad y experiencia tenía que recordarle a Bernie que ni su fortuna ni su posición lo autorizan a declarar lo que se le ocurra sin preocuparse por las consecuencias. Que las tuvo, claro: se le está cayendo un Grand Prix clave,como el de Alemania (¿cómo no correr en un país que tiene en la F-1a Vettel, a Rosberg, a Glock, a Mercedes-Benz, a BMW, al equipo Toyota radicado en Colonia?) a causa de las desmedidas exigencias que pone para trasladar el circo, y cuando arma una reunión con políticos alemanes para conseguir una vez más lo que se ha transformado en su nueva obsesión (financiar su negocio privado con dinero público), los germanos le objetan con absoluta razón sus desafortunadas declaraciones y le suspenden el mitin.
¿Quién habría podido ser esa voz de la experiencia diciéndole al oído, “no, Bernie, eso no, mejor callate esta vez”?. Se ha sugerido un nombre obvio: Max Mosley. Pero, en ese caso, ¿no sería el remedio porque la enfermedad?
Mosley vive envuelto en escándalos. Desde la orgía sadomasoquista hasta acá, la polémica rodea cada uno de sus actos. Y si la última disputa con la Asociación de Equipos de Fórmula1 (FOTA) parecía haber colmado la paciencia, lo que viene es peor. Este escándalo a futuro, en un ambiente más ético, derribaría gobiernos. No será el caso de la FIA.
Cuando la entidad máxima del automovilismo mundial dio a conocer la lista de los equipos que podrán tomar parte del Mundial 2010, incluyó a las escuadras que participan de este actual torneo (Ferrari, McLaren, Renault, BMW-Sauber, Toyota, Williams, BrawnGP, RedBull Racing, ToroRosso y Force India) y tres emprendimientos nuevos: Campos, asociada al famoso constructor italiano de monopostos Dallara; USF1, el equipo basado en los Estados Unidos, y el Manor GP. Si la inclusión de los dos primeros no generó suspicacias -uno porque Dallara ya ha construido coches de F-1entre 1988 y 1992 para la Scudería Italia, otroporque supone una gran apuesta para incorporar definitivamente a los EEUU a la categoría-, la del tercero produjo perplejidad. Manor es un equipo de F-3 en el que, por ejemplo, descollaron Lewis Hamilton o Robert Kubica, pero con menos pergaminos que Lola (que en 1967 fabricó un auto ganador en F-1 para la Honda) o Prodrive (que llegaba con el apoyo semioficial de Aston Martin), dos pretendientes más serios en la carrera para asegurarse un lugar.
Los primeros vínculos llamativos se establecieron cuando se supo que el director técnico de Manor es Nick Wirth, que fuera el dueño de la escuadra Simtek de F-1 en 1994 y 1995 y luego director técnico de la Benetton entre 1998 y 2000. Wirth es titular de una empresa llamada Wirth Research, que diseñará y construirá los autos de ManorGP en Bicester, Inglaterra. Lo curioso es que el primer accionista de WR,cuando fue creada a comienzos de los ’90,fue… Max Mosley. Esos lazos nunca se rompieron del todo. Cuando la FIA hizo estudios aerodinámicos, hace algunos años, para encontrar la forma ideal de un alerón trasero que favoreciera los sobrepasos en la F-1, se los encargó a un contratista. Sí, adivinó. Wirth Research.
¿Conflicto de intereses? ¿Tráfico de influencias? La historia sigue porque el escándalo crece. Un mes atrás se supo que la empresa encargada de las relaciones públicas del Manor GP es una compañía llamada Sovereign Strategy, propiedad de un señor Alan Donnelly, quien es ni más ni menos que la mano derecha de Mosley en la FIA, su operador político. Junto a Richard Woods, el director de comunicaciones de la FIA, forman el entorno más cercano al presidente.
Donnelly fue quien negoció, en nombre de Mosley, con Martin Whitmarsh, el ahora titular de McLaren, la pococlara salida de Ron Dennis del equipo de Woking después del escándalo “Liegate”, cuando Lewis Hamilton mintió sobre lo sucedido en el primer GP del año, en Australia, con lo sucedido en pista con Jarno Trulli mientras había auto de seguridad.
Ahora se sabe también que dos semanas antes de que la FIA diera a conocer la lista, el 12 de junio pasado, Donnelly ya trabajaba para Manor buscando sponsors. Eso fue revelado por un e-mail del personaje publicado por el diario británico The Guardian, en lo que, evidentemente, supone un caso de conflicto de intereses.
En esa posición, Donnelly habría conseguido negociar la incorporación del Grupo Virgin, uno de los grupos económicos más poderosos de Gran Bretaña, a la nueva empresa, a cambio de cederle el 20 por ciento de la propiedad del nuevo equipo. El problema es que hoy Virgin está auspiciando a Brawn GP, la escuadra que lidera los dos Mundiales de F-1, de pilotos y de constructores. ¿Un caso de comportamiento anti-ético?
Ross Brawn estaría detrás de la queja de la FOTA por la manera poco clara en la que Manor fue incluido entre los equipos participantes. No le falta razón. Este escándalo recién está comenzando. Y es paradigmático, especialmente para los que piensan que Mosley está atornillado a su asiento porque solo defiende los intereses del automovilismo frente a la codicia de los fabricantes que participan en Fórmula 1.
Una de dos: o Bernie Ecclestone es el provocador más grande de la historia del automovilismo, o ya entró en la última vuelta de la senilidad. Comentarios como los que le formuló al Times, el tradicional diario británico al que el manager recurre para que lo reporteen cada vez que quiere hacer llegar un mensaje, alabando el estilo dictatorial de Adolfo Hitler,justamente en la semana previa al Grand Prix de Alemania, son producto de una mente truculenta o directamente fuera de servicio. Que haya elegido ese tema para causar polémica teniendo en cuenta lo sucedido el año pasado con su amigo Max Mosley o los orígenes del actual presidente de la FIA,en momentos en que se ha renovado la ofensiva para desalojar a Mosley de su cargo, parece una trágica, una macabra puesta en escena.
Hasta el Concejo Mundial Judío, que no debe tener conciencia de lo que es el automovilismo, ha pedido con lógica la renuncia de Ecclestone. Y ese es el problema. Porque los clubes le pueden pedirla renuncia al presidente de la FIA ya que ellos eligieron; y se le puede exigir la renuncia en función del mandato y lo que representa si es públicamente escrachado con cinco prostitutas en una función sadomasoquista. Pero Ecclestone es la cara visible de una compañía privada y si la ley no le impide hacer lo que hace, entonces le está permitido.
El inglés sugirió en sus insólitas declaraciones que Hitler no fue estrictamente responsable del genocidio nazi. En países como Alemania, adónde deberá aterrizar el jueves para el Grand Prix, negaciones como esa son ilegales y están penadas. Es el mismo país que se niega a seguir sosteniendo la orgía de demandas que Ecclestone emplaza para dignarse a conceder una carrera: el domingo se corre en Nurburgring, cuyas autoridades ya avisaron que no pueden sostener financieramente un GP todos los años; la próxima temporada debiera correrse en Hockenheim, cuyo dueño, el gobierno local, ya decidió que no continuará financiando la fiesta privada con dineros públicos. Si Ecclestone quiere Grand Prix en Alemania a futuro,deberá sacar a relucir su billetera,su comprensión o resignarse a perder dinero. La pregunta es, ¿querrán los alemanes a Ecclestone después de esta barbaridad sin justificación? O más decisivamente hablando, ¿está el zar de la Fórmula 1 en sus cabales?


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