UN RECUERDO ETERNO.
Imaginé muchas veces viajar a San Pablo para cubrir el Gran Premio de Brasil de Fórmula 1 y ver en acción a Ayrton Senna ante sus compatriotas. Por suerte logré hacerlo varios años. Pude ver sus dos grandes victorias en 1991 y 1993, esta última, aquella recordada en la que bajó desde el escalón más alto del podio para recibir el saludo de Juan Manuel Fangio. . “Nadie puede estar por encima suyo, maestro…” le dijo en un renovada muestra de su admiración por el Quíntuple.
Nunca imaginé viajar a San Pablo para cubrir un entierro y mucho menos el de Ayrton Senna. Nunca se me pasó por la cabeza estar gestionando una credencial “para un entierro” como telefónicamente hice aquel lunes 2 de mayo de 1994 desde la redacción de Clarín, por entonces el medio para el que trabajaba. Pero fue cierto, tan cierto, como verme sentado el miércoles 4 de mayo en un bar paulista en una noche tan triste y silenciosa, que según confesion de veteranos brasileños, hizo recordar a aquella de 1950 con el Maracanazo con el que Uruguay le ganó a Brasil un primer Mundial de Fútbol que ya festejaban. Pese al cansancio no tenía muchas ganas de comer ni de tomar algo. Sí, de creer que esas frescas imágenes del casco amarillo sobre el féretro en medio de la amplia sala velatoria en la Asamblea Legislativa por donde pasaron con devoción y respeto unas 200.000 personas y ese multitudinario funeral que inundó como una gigantesca pero pacifica ola humana las calles de San Pablo hasta desbordar en su escala final en el cementerio de Morumbí, eran una pesadilla. Pero no, eran una triste realidad que costaba aceptar. Ayrton Senna ya formaba parte del recuerdo. Si hasta me dio ganas de lanzar un puñetazo de bronca contra la mesa.
Parece increíble pero ya pasaron 25 años. Un cuarto de siglo. Más del doble de la década que le alcanzó a Ayrton para con sus hazañas en la pistas y su carisma instalarse eternamente en el recuerdo popular, incluso por encima del ámbito deportivo. No importó que en todo este tiempo de ausencia otros pilotos lograsen más poles, ganasen más carreras y conquistasen más títulos. Para nada. Lo de Ayrton pasa por otro lado. Pasa por esa magia única que sobre un auto de carrera transmitió y cautivó a la gente, esa misma magia que por estos días y más allá de tener grandes campeones, le falta a la Fórmula 1. Por eso se lo extraña a Ayrton aunque haya pasado un cuarto de siglo de esa partida a la eternidad que me hizo viajar a San Pablo por el motivo más inesperado y menos deseado.