Sin embargo, el paso de Comas por la Fórmula 1 no es tan recordado por su decente desempeño al volante de coches siempre mediocres como por su historia humana. La que eternamente le unirá a Ayrton Senna, el mayor mito de la Fórmula 1. Una relación más allá de la amistad, que habla del respeto, la lealtad y el compañerismo entre pilotos. De la condición humana, marcada en este caso por dos accidentes.
El francés en el Ligier-Renault V10.
Después de una temporada de debut en la que se tuvo que pelear con el brutal V12 de Lamborghini, en 1992 Érik Comas estaba floreciendo. Seguía en Ligier, pero ahora llevaba un V10 de Renault que era mucho más razonable que el monstruo italiano, y los resultados lo estaban plasmando: Comas ya era un habitual de la zona de puntos e incluso fantaseaba con subirse al podio.
Senna superando a Comas.
Comas perdió la trasera de su Ligier en una zona en la que se rozan los 300 km/h y chocó contra el guardarraíl. La mala suerte quiso que una de las ruedas golpease a Comas directamente en la cabeza, quedándolo inconsciente. Como es habitual en accidentes así, el piloto quedó rígido, accionando el acelerador con el pie. Se mascaba la tragedia.
Como si se tratase de un milagro, abriéndose paso entre el polvo que había levantado Comas y coche que trataban de esquivar el accidente apareció una figura. Era Ayrton Senna, corriendo todo lo que podía para atender a Comas. El brasileño, por entonces vigente campeón del mundo de Fórmula 1, fue el primero en llegar.
La rápida determinación de Ayrton, fue clave para salvarle la vida a Comas en Spa.
Senna venía rodando un par de segundos por detrás de Comas, lo suficiente para ver el accidente en primera persona. Cuando pasó por su lado, escuchó el motor acelerado entre 7.000 y 8.000 revoluciones y vio al francés inconsciente. Su mente no tardó en darse cuenta de la situación. No dudó en aparcar el McLaren al borde de la pista y correr en socorro de Comas.
Senna se jugó la vida. En el vídeo se puede ver perfectamente la escasa visibilidad que había debido a la nube de polvo que había provocado el accidente de Comas. Su coche estaba en mitad de la pista, prácticamente en la trazada ideal, y otros monoplazas venían por detrás tratando de esquivarlo.
Senna y el histórico médico de la F-1, Sid Watkins.
Cuando llegó al Ligier, lo primero que hizo Senna fue apagar el motor, evitando el incendio que estaba a punto de provocarse debido a que Comas mantenía constantemente accionado el acelerador, impidiendo que se refrigerase. Después, puso erguida la cabeza del francés para que la presión no dañase sus vértebras.
Senna era amigo íntimo desde hace años del doctor Sid Watkins, el ángel de la guarda de la Fórmula 1. El campeón impidió que los comisarios atendiesen a Comas porque él sabía mejor que nadie qué correspondía hacer en una situación así: había tenido decenas de conversaciones al respecto con Watkins. Simplemente, mantuvo recto el cuello de Comas hasta que llegó el doctor.
Y entonces llegó el 1 de mayo de 1994, el día más triste de la historia de la Fórmula 1. Comas rodaba decimoséptimo en aquella fatídica sexta vuelta cuando pasó por Tamburello y vio el coche de Senna destrozado. Pocos segundos después comenzó a ondear la bandera roja, la carrera quedaba detenida. Érik detuvo su auto en la curva de Tamburello, y presenció impotente la muerte de Ayrton.
Comas regresó al garaje y se encontró con lo que más temía. Senna estaba muy herido. Él había pasado por su lado en aquella curva de Tamburello. Su mente burbujeaba, maquinando conjeturas tan fútiles como humanas. Aquel box del equipo Larrousse debió ser una celda para Comas, tanto que se escapó.
Tras los diez minutos más largos de su vida, Comas volvió a subirse a su Fórmula 1, arrancó el motor y salió a toda velocidad del pit lane. Por entonces Larrousse ya montaba un V8 de Ford, pero aún así su sonido sobrecogió a todo el circuito de Imola. Cuando Comas llegó a Tamburello se encontró a un helicóptero en mitad de la pista, esperando para trasladar a Senna.
Los auxiliares y comisarios que estaban allí inmediatamente detuvieron a Comas y le impidieron bajarse de coche, pero lo que vio fue suficiente para saber qué estaba pasando. Se estaba muriendo Ayrton Senna. Pese a ello, la carrera se reanudó, pero Comas fue el único que ya no quiso tomar partido en ella. El equipo le obligó a terminar la temporada, pero cuando acabó dejó la Fórmula 1.
«Me quedé paralizado, porque me encontraba ahí, al lado del hombre que me había salvado la vida dos años antes, y no poder hacer nada por él era algo que me hacía sentir terriblemente mal. Él me salvó la vida, pero yo llegué demasiado tarde», decía Comas, aún con la voz entrecortada décadas después del suceso.
Érik Comas.
El francés años después aún no había superado tan duro trago: «me siento avergonzado y con cierta culpa por no haber retribuido lo que él hizo. Es difícil aceptar que alguien que salvó tu vida dos años antes estaba ahora a pocos metros de mí, herido gravemente. Quise dejar el coche e ir allí para ayudar de alguna manera, pero los médicos no me dejaron».
Nota y fotos publicadas en www.motorpasion.com