SI PENSASTE QUE ERA UNA PELÍCULA DE AUTOS DE CARRERA, TE EQUIVOCASTE…

Puede parecer que “Ferrari”, la última obra cinematográfica de Michael Mann, es una película de autos de carrera, como lo fue “Rush” una década atrás, o “Grand Prix” hace más de medio siglo.

Probablemente por ello, la cinta entró herida de desinterés en su segunda semana de exhibición en las salas porteñas, y era probable que no alcanzara la tercera. Una buena propuesta que, en algunos meses, se podrá ver en alguna plataforma, en el living de casa, mientras llega el delivery.

Como fuera, el desinterés no es solo local. La película costó 85 millones de euros, pero hasta que se estrenó en la Argentina llevaba recaudados apenas 35 millones de euros en todo el mundo.

“Ferrari” no es un filme deportivo. Es un drama ambientado en una encrucijada competitiva, con autos de carrera como marco, pero no se trata ni de lejos de una de esas películas heroicas en las que el bien acaba triunfando.

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“Ferrari” retrata una de las épocas más difíciles de Enzo Ferrari, el Commendatore cuyo apellido se transformó en la marca italiana más conocida en el mundo. Son los albores de 1957, Ferrari acaba de perder a su hijo mayor y lo peor estaba por llegarle: las 801 de Fórmula 1 no ganaron un solo Grand Prix en la temporada.

Si eso fuera poco, un matrimonio tormentoso con Laura Garello, que además era su socia en la compañía, corría en paralelo a la relación secreta que mantenía con Lina Lardi, la madre de Piero, el segundo hijo de Ferrari, que solo pudo apellidarse como su padre cuando la Garello murió en 1978.

En definitiva, es un drama muy bien contado, con un atractivo ritmo cinematográfico, en el que el Ferrari que encarna Adam Driver es, por momentos, despiadado –especialmente con sus pilotos- pero en general se muestra como un catálogo de pasiones estrictamente humano en sus debilidades.

Penélope Cruz, la Laura engañada y rencorosa, habla inglés con un acento italiano que es una delicia, y también se lleva las palmas. Y Patrick Dempsey, el actor que corrió en 2015 las 24 Horas de Le Mans (y fue segundo en su clase) se luce como El Zorro Plateado, Piero Taruffi. Dempsey manejó casi todas sus escenas de riesgo, y estuvo más tiempo al volante que los dobles especializados.

La Mille Miglia de 1957 es el plato fuerte de la película; sí, pero es el desenlace, no el nudo del drama. Las Ferrari 315S, 335S y 250GT y las Maserati 450S no son reales, pero ¿quién se da cuenta? Se construyeron sobre chasis Caterham (los legendarios Lotus Seven), con carrocerías replicadas en Módena. El bruñido metal escarlata es una dulce caricia para la vista.

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El guión tiene lo suyo: cuando Alfonso De Portago conoce a Ferrari en la película, llevaba más de un año conociéndolo en la vida real; y Adalgisa, la mamma Ferrari, nunca supo de la existencia de Piero.

Pero la cinematografía suele tomarse para bien esas licencias que, en este caso, sirvieron para redondear el drama. Para resaltar: la reconstrucción (vía CGI) de los accidentes fatales de Eugenio Castellotti y De Portago es muy lograda.

Castellotti murió el 14 de marzo de 1957 a bordo de una Ferrari en el autódromo de Módena, De Portago perdió la vida el 12 de mayo de 1957, menos de dos meses después. Son dos meses tétricos en la vida de Ferrari. Los autos ruedan de fondo, pero el drama es otro. Vale la pena verlo.

 

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