UN ELEGIDO.
Fue de esos pilotos que dejaron su marca. No sólo por sus brillantes condiciones, sino por su carisma, su osadía y su don de gente. Por eso, y cumpliéndose 25 años de su muerte, el ambiente fierrero sigue recordando con cariño a Roberto José Mouras, el Toro de Carlos Casares, uno de esos guapos que ayudó a construir la historia grande del Turismo Carretera.
Aquel 22 de noviembre de 1992 pasó de ser un día más a enclavarse en el calendario como la fecha en la que Mouras le agregó a su cualidad de ídolo absoluto, un grado más: el de la inmortalidad. Porque si bien ese maldito talud sobre el que la Chevy impactó tras reventar el neumático delantero izquierdo a 230 km/h en la Vuelta de Lobos, cuando el TC alternaba entre la ruta y los semipermanentes, acabó a los 44 años con la vida del Toro -y también de su acompañante Amadeo González-, automáticamente el mito cobró una fuerza inconmensurable que lo mantiene en la memoria del fanático.
De corazón “chivo”, el destino quiso que sus tres títulos en el TC los lograse con Dodge, algo que no opacó el amor de los hinchas de Chevrolet, que lo vieron disputar grandes batallas a bordo de uno de sus autos más recordados: el fantástico 7 de Oro, con el que consiguió seis victorias consecutivas, marca que todavía sigue vigente. Además, con la victoria post mortem en Lobos, Mouras llegó a los 50 triunfos en la categoría, sólo superado por el nueve veces campeón Juan Gálvez (56).
“El Toro fue como un hijo, uno de los grandes de la historia del automovilismo argentino”, rememoró el legendario Jorge Pedersoli, preparador con el que Mouras logró todas sus victorias. “Era callado y muy pero muy educado, nunca lo escuché decir una mala palabra, ni siquiera cuando el auto le fallaba”, agregó.
Único, guapo, carismático, insaciable, ídolo, emblema, inmortal… o Roberto José Mouras, que es lo mismo.
Por Cristian Re.
Foto: Automovilismo Total.