NUNCA SE OLVIDA SU GENEROSIDAD CONDUCTIVA

El 16 de diciembre de 1999, la popular revista inglesa Autosport publicó su lista de hombres más influyentes del Siglo XX en el automovilismo mundial. Esa lista la encabezó, cómo no, Ayrton Senna, por delante de próceres como Jim Clark, Enzo Ferrari, Juan Manuel Fangio y Colin Chapman. Recorrido prácticamente un cuarto del Siglo XXI, una lista similar de este centenio podría incluir a Adrian Newey, Lewis Hamilton o Max Verstappen. No estaremos para verlo y es muy probable que Autosport tampoco exista entonces.

Pero el caso es que al final de aquella lista está Gilles Villeneuve. Detrás de nombres como Stirling Moss, Tazio Nuvolari, Michael Schumacher y Jackie Stewart. Sí, desde ya: el canadiense fue considerado Top-10 del Siglo XX.

Hace ya 42 años que trágicamente se marchó en una tarde de sábado, en el hospital de la Universidad de Lovaine (Bélgica), pocos días después de haber sido traicionado por la marca a la que le dedicó su corazón. Esa Ferrari 126 CK pudo haberlo llevado al fin al título del mundo al cabo la temporada de 1982. Le habría bastado un poco de cabeza fría y continuidad. Pero ya no hubiera sido Gilles.

Ya pensaba en dejar Ferrari. Y la casa de Maranello lo dejó de la peor manera posible: si aquella 126 hubiera tenido chasis de carbono, como el del McLaren MP4/2, y no uno hecho en sándwich de aluminio honeycomb y kevlar, habría sobrevivido. Pero, como dijo Verstappen al cabo del último GP de Miami, “si mi madre tuviera bolas, sería mi padre”.

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¿En dónde radicó su influencia? ¿En qué lugar del imaginario colectivo imprimió su huella? “Gilles ganó pocas carreras y ningún título mundial, pero nada de eso importa en esta gloriosa retrospectiva que trasciende la moda de los pilotos de carreras de convertirse en pragmáticos acaparadores de dinero, y la ley de la física. Villeneuve tenía una filosofía simple: si vas a caminar sobre hielo delgado, también podrías bailar. Era Nuvolari encarnado, tan natural como Senna sin toda esa intensa celebración. Un hombre puesto en la Tierra para correr”. 

Si Autosport lo comparó con Tazio Nuvolari y con Ayrton –dos de los cuatro máximos pilotos de todos los tiempos, a juicio de este analista y de la mayoría de la historiografía del automovilismo mundial-, entonces Villeneuve definitivamente era cosa seria. Es difícil explicar eso a quien no lo vio correr, pero así era. Villeneuve siempre prometía excitación, emoción, sorpresa. Y casi nunca defraudaba. Hay algo de Gilles, una cuotita, en Max. Pero son de épocas tan distintas que es imposible trasladar esa palpitación.

Una anécdota para finalizar: Villeneuve murió el 8 de mayo de 1982 y, al día siguiente, el gobierno de Canadá envió un avión de su Fuerza Aérea a repatriar sus restos. Su entierro fue prácticamente un funeral de Estado: el primer ministro canadiense de entonces, Pierre Trudeau (padre del actual premier de Canadá, Justin Trudeau), acompañó a Joann, la viuda de Gilles, y se sentó junto al líder de la oposición, Joe Clark. Tal era la estatura social que había alcanzado Gilles. Un héroe nacional.

Como todos los 8 de mayo, un pensamiento respetuoso: ¡Salut, Gilles!

 

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