NO PASÓ NADA, SIN EMBARGO…
No significa que haya que emular al ex árbitro Francisco Lamolina, con su recordado «¡siga, siga!».
Si hay que referirse a situaciones vividas en el Gálvez, durante los 1000 Km de TC, hay que separar la paja del trigo. Hemos reflejado la enorme victoria de Agustín Canapino secundado por Martín Ponte y Federico Alonso, a lo que hay que acreditar, la valía de poner 45 autos en pista a correr casi seis horas sin casi incovenientes mecánicos, lo que reiteró la probidad de los técnicos del automovilismo argento. Y por otro lado, se deben mencionar episodios atravesados a lo largo de las 178 vueltas.
Los 1000 Km., en el autódromo porteño que al decir del vice jefe de gobierno, Diego Santilli no tiene nada que envidiarle a otros del mundo (mirá que hay que escuchar cada cosa, ¿no?), arrojaron una variedad de situaciones donde afloraron errores y fallas muy, demasiado riesgosas, no observadas en la primera y más temida edición de los 1000 Km, el año pasado. Resultó que a diferencia de lo que hubiera indicado la lógia, la «primera vez», superó a la segunda pese a la experiencia y conocimientos recogidos.
La carrera volvió a poner a prueba no sólo a pilotos, quienes como era de esperar, entre titulares e invitados, unos aprobaron, otros rasguñaron un cuatro y no faltaron los que se fueron a marzo; el topetazo de Juan Pablo Gianini a Gastón Mazzacane, motivó tarjeta roja de los comisarios deportivos traducida en 28 vueltas de recargo al de Salto (unos con sarcamos supusieron cadena perpetua…); el toque de Mathías Nolesi a Juan Martín Bruno quien anduvo adentro y afuera de la pista, equivalió a 20 vueltitas retiradas al de San Andrés de Giles. Otros la ligaron con 10s de recargo, Norberto Fontana por tocar al mismo Bruno y Julián Santero perdió el laburado segundo puesto, cuando muy tardíamente, los comisarios casi una hora después de finalizada la carrera, dictaminaron que era punible el toque propinado a Nicolás Trosset en la Horquilla. Lo dejaron correr y asumir riesgos junto a sus invitados, sin anunciarle la medida de inmediato como debió ocurrir; mientras tanto aceleró y aceleró, esfuerzo que se vio inutilizado por la sanción, así no.
Ahora bien, en el concurso de aplausos y silbidos, los 1000 Km tan esperados, conversados y supuestamente estudiados con precisión casi suiza, depararon reconocimientos desde ya a los ganadores y escoltas, y también por ejemplo, para pilotos noveles (Andrés Jakos uno de los convocados por Santero) y otros no tanto (Tomás Urretavizcaya y Federico Pérez junto a Ardusso), los que cumplieron su rol a satisfacción ante semejante compromiso con lo que había en juego. Lo mismo para la primera mujer -la debutante Julia Ballario- quien corrió en TC compartiendo el Chevrolet de Camilo Echevarría con Sebastian Abella (abandonaron en la vuelta 150 debido a un tumulto en pista), después de 22 años, la anterior había sido Marisa Panagopulos. Asímismo para resaltar a Guillermo Cruzetti, técnico y estratega ganador de los 1000 del año pasado con el Pato Silva, repitió este año con Canapino, y lo mismo a los mecánicos de Matías Rossi, cambiaron la caja rota a poco de subir uno de sus convidados, Gastón Ferrante, en 50 minutos y le permitieron continuar al Misil más allá de conseguir un magro resultado (29º), que lo dejó en situación crítica para meterse entre los 12 de la Copa de Oro que van a pelear el campeonato luego de la próxima en Paraná.
El compromiso serio, correr 1000 Km., asumido por pilotos, técnicos, motoristas, directores de equipos, mecánicos y obvio, las herramientas, los autos, derivó en exámenes en algunos casos y circunstancias, que arrojó menos puntaje que en 2017.
¿Que les bajó la nota?. Entre otros factores incidieron, el desorden y confusión vividos en los boxes cuando ingresaron autos, varios o en soledad; más allá de la decisión resuelta en lo previo por la ACTC de autorizar a que se pudiera entrar a boxes a cambiar pilotos, gomas o recargar combustible aún con el auto de seguridad en pista, neutralizando las acciones que en las horas de carrera originaron 13 ingresos del pace car por toques, despistes y coches detenidos por desperfectos.
El lápiz examinador, rojo claro, además remarcó la desacertada y poco entendible labor de algunos mecánicos y responsables de equipos, al momento crucial de los reaprovisionamentos de nafta, con los grandes riesgos que la maniobra suponía. Se vio en reiteradas ocasiones, como se derramaba combustible sobre los autos con elevada temperatura y en el piso luego de la operación que debió ser pulcra, prolija y mucho más segura. Ni imaginar a algún desprevenido e irresponsable de los que nunca faltan, que pudiera haber merodeado el lugar faso en mano.
Del mismo modo el lápiz rojo, se apoyó en situaciones como las que detectaron a pilotos arribando al box para su reemplazo, con los cinturones de seguridad desprendidos para ganar tiempo, estando prohibido en el reglamento particular; así como que el que se bajaba o el tercero, colaborarando en trabajos (solo había seis mecánicos autorizados), que excedían los aprobados para ayudar a su compañero a abrocharse bien los cintos y volver al ruedo.
Vuelta que se hizo en forma desordenada y sin respetar un orden, fruto de la confusión y reglas que si estaban claras, no se cumplieron en la gran mayoría (según el reglamento particular de la prueba, “todo vehículo que ingrese a boxes, con el Pace Car en la pista, al reintegrarse a la carrera deberá ocupar el último lugar en la fila india”). La situación llevó a insinuar algunos reclamos, luego caídos en saco roto.
Cuando se le preguntó a Canapino ganador, cómo había visto lo de los boxes, fue gráfico: «fue caótico y complicado; espero que el año que viene haya más seguridad”.
No te parece que hay que resistirse a pensar, aquella frase acuñada años atrás en una carrera desorbitada en Rafaela, por el entonces presidente aceteísta Oscar Aventín en sus gloriosos y omnipresentes tiempos dorados en el poder que, «si no hay caos, no hay TC». Valgame Dios.