TODAVÍA SIENTO apretados de bronca en mi puño aquellos papelitos que allí quedaron prisioneros sin poder volar liberados en un festejo que parecía inminente. Todavía me acuerdo de ese “ruidoso” silencio que de pronto invadió el por entonces Autódromo 17 de octubre, desalojando abruptamente ese clima de euforia y alegría ante el palpitado final feliz de la fiesta que era aquel Gran Premio de la República Argentina que abrió la temporada 1974. Todavía resuenan en mis oídos las miles de maldiciones esparcidas por las colmadas tribunas y hasta algún “Pescador, hijo de puta…” lanzado con todo el tono de frustración ante el solitario paso del McLaren de Denny Hulme rumbo al triunfo como si el neocelandés hubiese tenido la culpa de encontrarse con la que sería la última de sus ocho victorias en el Campeonato Mundial de Fórmula 1 en el año de su despedida.
Todas estas sensacionesy algunas más todavía las tengo vigentes en mi memoria pese a que ya pasaron 40 años, nada menos de aquel domingo 13 de enero en el que como tantos, y desde la tribuna, fui testigo directo decómo de pronto se derrumbaba el sueño de ver a Carlos Alberto Reutemann debutar como ganador en la Fórmula 1 ante sus compatriotas. Años más tarde, ya en funciones de periodista y fuera del país, pude concretar ese deseo de ver a Lole ganador en Fórmula 1, pero sin que esa satisfacción personal y profesional haya podido borrar la sensaciones de tristeza y bronca de aquel domingo 13 de hace cuatro décadas, surgidasdesde la visión más subjetiva y hasta ingenua de un simple hincha. Un hincha que como tantos aquel domingo ”abrió” el autódromo a las ocho de la mañana y bajo el impiadoso sol de enero hizo el aguante durante esas ocho horas que hubo que esperar para ver un Gran Premio que por entonces recién comenzaba a las cuatro de la tarde. Un sacrificio que compensaba la gran ilusión de ver a un Reutemann ganador. Un sacrificio que quedó en el olvido ante tamaña frustración posterior.
Era una Fórmula 1 de lujo aquella que arrancó la temporada 1974 y que Lole tuvo de rodillas hasta la última vuelta. Estaba Ferrari con el retornado Clay Regazzoni, con su flamante incorporación Niki Lauda y con un joven director deportivo que llegaría a niveles altos: Luca di Montezemolo. Estaba Lotus con los veloces Ronnie Peterson y Jacky Ickx. Estaba McLaren que con Denny Hulme y Emerson Fittipaldi estrenaba el patrocinio de la tabacalera Marlboro con la unión de dos campeones mundiales. Estaba un renovado equipo Tyrrell que con los promisorios jóvenes Jody Scheckter y Patrick Depailler cubrió las ausencias dejadas por el retiro de Jackie Stewart y la muerte de Francois Cevert. Estaban los veloces Shadow con los ascendentes Peter Revson y Jean Pierre Jarier. Estaba Surtees con Mike Hailwood y un Carlos Pace que terminaría el año como compañero de Lole en reemplazo del intrascendente Richard Roberts que llegó a Buenos Aires. Estaban los BRM de los franceses Jean Pierre Beltoise y Henri Pescarolo. Estaba un James Hunt que sobre un antiguo March 731 ya insinuaba las condiciones que un par de años más tarde le darían el titulo. Estaba lo mejor de una Fórmula 1 plena de figuras y equipos.de primer nivel.
Una falla en el motor retrasó a Reutemann al sexto lugar de la grilla que encabezó Peterson con el Lotus 72E. Paradójicamente el inconveniente en las pruebas de clasificación sirvió para disimular el gran potencial del Brabham BT 44 que se desplegó en las pruebas libres del domingo por la mañana. “Ahí me di cuenta que tenía un auto para pelear la punta” reconocería Lole. La confirmación llegó apenas largada la carrera cuando el argentino aprovechó los despistes de Regazzoni, Revson y Hunt, pasó a Fittipaldi y se instaló detrás de Peterson. Un par de minutos después estalló el autódromo cuando Lole quebró la línea del sueco y se instaló en la punta. El clima de euforia comenzó a crecer en la medida que pasaban las vueltas y las ventajas de Reutemann aumentaban. El blanco Brabham BT 44, una de las mejores creaciones del diseñador sudafricano Gordon Murray, se movía a sus anchas en el veloz circuito número 15, utilizado por primera vez en el Gran Premio. Con 35 vueltas de las 53 por cumplir, Lole aventajaba a Hulme por 25 segundos. Impresionante. Las exclamaciones y gritos eufóricos acompañaban cada paso frente a las tribunas y parecían empujarlo para andar más rápido. El autódromo era una fiesta total. Lole aplastaba en la pista. Le gente deliraba en las tribunas.
La tensión y el nerviosismo se apoderaron de repente de todos nosotros cuando en la vuelta 39, el Brabham pasó con su toma dinámica inclinada. Esa toma tenía por objeto facilitar la entrada del aire el motor. Fuera de su posición normal aumentaba el consumo de combustible. Esa multitud que antes deliraba empezó a conjeturar nerviosamente sobre la conveniencia, o no, de parar en boxes para reemplazarla o recargar combustible. Ese clima de incertidumbre se trasladó al equipo Brabham donde un hombre bajito se movía inquietamente y ordenaba tener todo listo para una posible detención de su piloto. Ese hombre era Bernie Ecclestone, que también veía peligrar su primer triunfo como director de Brabham. El paso de las vueltas sin que los escoltas se acercaran a Lole fue un buen síntoma. Recuerdo el alivio que sentimos al estirar la cabeza y ver una y otra vez aparecer el blanco Brabham en la horquilla para iniciar una nueva vuelta que era un paso más rumbo al triunfo tan deseado. Toda esa tensión se transformó en temor en la vuelta 45 cuando el Brabham pasó con el Cosworth V8 sonando feo, muy feo… Las ocho vueltas que faltaban se convirtieron en una eternidad, en un calvario que fue acentuándose vuelta tras vuelta en medio de una gran expectativa. “¿Cuánto falta, cuánto falta?” preguntaban los más ansiosos mientras que también había quienes imploraban a los dioses por una lluvia que provocara un anticipado final. De pronto esa tensión se convirtió en decepción cuando casi desfalleciente el Brabham inició la última vuelta que no pudo completar al quedar detenido en la zona de los mixtos. Sin nafta, de acuerdo al primer informe. Con el motor roto, según sospecharon algunos. Quedó séptimo en la clasificación final pero nadie reparó en ese dato estadístico ante semejante frustración. Otro enero pero de 1997 y durante su paso por Buenos Aires con el McLaren GT, Murray reveló lo sucedido. “Después de las pruebas de la mañana estábamos cargando combustible cuando de pronto se trabó la rueda trasera derecha con el portamaza y tuvimos que cambiar la suspensión trasera. En el apuro nos olvidamos de cargar la última lata de combustible de 18 litros, De haberlos tenido, Lole hubiese terminado la carrera sin problemas y la hubiese ganado” le contó el diseñador sudafricano a Pablo Vignone , actualmente uno de los integrantes de Visión.
Todavía recuerdo mi aproximación al sector del palco oficial y el encuentro con la imagen de un amargado Reutemann haciendo esfuerzos supremos para poner su mejor cara ante la convocatoria para subir al palco oficial que le había hecho Juan Domingo Perón, nada menos, quien por esos días transitaba su tercer periodo como presidente de la Nación. El General estaba en su quinta de Olivos cuando le avisaron que Lole iba ganando comodamente el Gran Premio. Desoyendo consejos médicos, por su precaria salud, mandó alistar el helicóptero presidencial. “Vamos al autódromo” ordenó y partió con la idea de revivir aquellos festejos triunfales de dos décadas atrás en los días de gloria de Juan Manuel Fangio que tan bien usufructuó políticamente. Sin embargo apenas instalado en el palco junto a su esposa Isabel Martínez y el controvertido ministro de Bienestar Social José López Rega, observó, como el resto de la multitud, el lento paso del Brabham de Lole. Los fierros demostraban así que no saben de movidas políticas.
Como astuto y veterano político Perón no quiso quedarse con la frustración e invitó a Lole al palco. Sin el trofeo de ganador que esperaba entregar a Reutemann y que ya descansaba en las manos de Hulme, extrajo de su blanco saco sport una lapicera de oro y se la regaló a Lole. “Pibe, esto es lo único que tengo para darte” le dijo entre las exclamaciones de la gente que mezclaban lo vítores a Lole con los cánticos a favor de Perón. Minutos más tarde, el presidente anunció un apoyo oficial para la campaña de Reutemann. Esto apenas consoló a Lole que sintió como pocas aquella frustración de no poder ganar ante sus compatriotas que se hizo eterna porque no tuvo revancha en los seis restantes Grandes Premios de Argentina que corrió hasta 1981.”Lo que me pasó es algo que no tiene consuelo, ni siquiera asegurándome que voy a ganar al próxima carrera y que seré campeón mundial a fin de año…” le confesó al día siguiente al recordado Alfredo Parga, tras contarle que había pasado la noche sin dormir. Reutemann punteó algunas vueltas pero tampoco ganó la carrera siguiente en Brasil y el desquite recién llegó el 30 de marzo en Sudáfrica. Un desquite en resultado porque por actuación Lole ya había tenido su consagración ante sus compatriotas y el mundo aquel maldito domingo 13 de enero de 1974 en ese Gran Premio que tan bien definió ese otro destacado periodista que fue Carlos Marcelo Thiery al titular su nota en la revista Corsa con un patético: “Dos horas para aplaudir y dos minutos para llorar…”.
Doy fe que así fue.
Por Miguel Sebastián
Un gigante el LOLE. Ojalá la historia lo deje en el lugar que se merece y no en es figura tan cuestionada por la opinión pública. Entrando en el museo del autódromo de nurburgring lo primero que vi frente a la puerta de ingreso, a dos metros, una. Foto enorme del LOLE recordando que fue uno de últimos ganadores ahí y un sabor agridulce ver que tan lejos de su Argentina y tengan tanto respeto. Para los tanos del club de bochas frente a la fábrica de Modena era un probador incansable y veloz de las Ferrari. Y acá decimos que siempre salía segundo. Una síntesis perfecta de como somos
Yo estuve en ese Gran Premio. Yo estuve exactamente frente al lugar donde Lole paró con el F1 sin sonido. Yo vi cuando Lole se bajo y se sento en el suelo, apoyando su espalda en la rueda trasera izquierda y la cabeza – aun con el casco – entre sus manos. Seguro que estaba llorado. Yo sí estaba llorando… Jamas me olvidare esa carrera, a partir de ese dia, desprecie por necios ignorantes a todos los que llegaron a decir que Reutemann era un segundon o un pecho frio.
Por esa misma imagen Enzo Ferrari se burló diciendo que era un «gaucho llorón» ignorando el camino de sacrificio desde el tractor del padre en Santa Fe hasta ese F1. Creo que Reutemann pagaba pecados ajenos, 15 años antes se odiaba con Fangio pero lo tuvo que contratar igual.
Cicerón: yo también lloré pero frente al televisor,y entre los necios ignorantes,que vos desprecias,recuerdo el desprecio que por entonces le tenía personalmente a Jorge » El Gordo «Porcel,que en su pseudo programa cómico «Porcelandia»,lo tenía al Lole de punto,con chistes como » si corre solo llega segundo «..jaja..toda una autoridad moral y deportiva para hacer un comentario.
Como los que años despues destruyeron a Tuero,porque » siempre sale último».
Gracias Visión por traernos estos recuerdos inolvidables.
Saludos