ENERO DE 1974, EN BUENOS AIRES. CUANDO NO FALTABA NADA.

Cada vuelta que pasaba, el reluciente Brabham BT44, uno de los autos más lindos en la historia de la F-1 (gracias Gordon Murray, genio), la multitud bramaba en las tribunas del Autódromo de Buenos Aires repleto, donde de verdad, no cabía un alfiler.

El Brabham se detiene sobre el pasto. Chau victoria.

Con tres amigos lujaneros, nos bebimos a la F-1 ese fin de semana, extasiados, deslumbrados, con el sueño que el cierre fuera con el triunfo del Lole.

Apretadísimos, muertos de calor, desde la tribuna de la Horquilla, como todos, lo alentábamos a su paso. El Brabhan escapaba y escapaba y Carlos estaba encendido, empujado por nuestros corazones desde el cemento. Banderas, trompetas, bombos, relucían ante el BT44 con el número 7 pintado y virgen de publicidad empujado por el Ford Cosworth V8.

La algarabía, era descomunal, contábamos las vueltas invadidos por la ansiedad mezclada con una sed insoportable. La «conservadora» con los sanguches en pan pebete de jamón y queso hechos por Bala, uno de mis amigos de Luján, y las cocas, eran pasado. Y comprar una gaseosa al «cocacolero», no daba para bolsillos llenos de ilusión pero vacíos de efectivo.

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El Lole era el bálsamo entre tanta locura desatada, las sensaciones brotaban de a miles y los nervios se multiplicaban. Con Bala (no la cases mal, le dicen aún hoy así, porque su viejo vendía balas!) y Rober, nos mirábamos incrédulos ante semejante paliza de Carlos a los mejores pilotos y autos del mundo.

Reutemann camina junto al auto como buscando una explicación.

Dicen que ese domingo en el autódromo, se vio tanta gente como nunca volvería a repetirse, se habló que fueron unos 80 mil los que estuvimos bancando a Carlos a grito pelado. Si, aunque no habrá saltado y cantado, en el palco oficial estuvo Perón, por entonces presidente por tercera vez, junto a su esposa María Estela Martínez y Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados, el hombre de la interminable colección de corbatas. Comenzaba un año que el el 1 de julio, iba a marcar el final de la vida terrenal de Juan Domingo Perón.

Transcurrieron las vueltas hasta que primero los más observadores como mis amigos (a mi me carcomían los nervios), empezaron a notar que la toma dinámica del auto había comenzado a inclinarse. Poco después el autódromo se dio cuenta, y del jolgorio se pasó de una a la angustia y temor. Cada paso del Brabham con la toma cada vez más caída en la parte superior, iba convirtiéndose en un suplicio. Ya ni nos acordamos de la sed ni de las ganas de comer un sanguche, después de pasar casi toda la noche del sábado sin dormir para viaje bien temprano desde Luján al autódromo, la cosa era encontrar el mejor lugar en la tribuna. Los argentinos queríamos ver a Reutemann vivir en casa el día tan esperado, ganar el Gran Premio de Argentina, en el inicio del campeonato como se estilaba en esos tiempos en que nos codeábamos con lo mejor del automovilismo mundial a pocos metros.

Sin embargo, ese masivo anhelo y la incontenible algarabía, se transformaron en dolor, en una tristeza infinita cuando el Brabham a la entrada de los mixtos del espléndido circuito número 15, cantó por último vez antes de llamarse a un impiadoso silencio por falta de nafta!, a nada, a una vuelta y media vuelta de la bandera a cuadros! La carga errónea por parte del equipo de unos 20 litros de nafta menos, causó la hecatombe deportiva.

Perón junto a Isabelita, reciben al Lole en el podio.

El cuerpo, la cabeza le pesaron como nunca al Lole al bajarse de esa joya que, instantes previos lo transportaba como una alfombra mágica a tocar el cielo con las manos: ganar y celebrar su primer triunfo en F-1 ante su gente, en su propio país.

Su imagen apesadumbrada, el desconsuelo de ese hombre de buzo antiflama clarito, sentado, apoyado en la rueda trasera del BTT44 con la cabeza clavada entre sus rodillas, enmudecido, recorrió el mundo. Como respetando y compartiendo tamaña amargura, banderilleros y otros auxiliares de pista lo dejaron tranqui.

En la pista, la carrera y las escasas vueltas restantes con el McLaren del neocelandés Denny Hulme al frente, escoltado por las Ferrari de Niki Lauda y Clay Regazzoni, poco y nada importaron. Se asistió a un final con Hulme celebrando el triunfo que rogamos, se esfumara lo más rápido posible de la memoria.

El Lole con su caminar más pausado que nunca, subió al palco oficial del autódromo, conservado como entonces; Perón lo abrazó y como señal de reconocimiento, le regaló su lapicera personal. «Mirá pibe, no tengo otra cosa para entregarte, es la lapicera que uso», cuentan que le dijo el General, mientras desde el autódromo en pleno se escuchó otra ovación y el cerrado y cálido aplauso para Carlos.

El autódromo empezó a quedar desnudo, la conservadora aún vacía, pesó como nunca en las manos. Emprendí junto a Rober y Bala el regreso a Luján; primero la cola interminable para tomar el bondi; el 28 hasta Liniers y desde ahí, La Lujanera. No podíamos olvidar, frustrados, semejante sinsabor. Sin embargo, a medida que fuímos recomponiéndonos, nos dimos cuenta y celebramos haber podido disfrutar de un día inolvidbale y de un Reutemann magistral. Al Lole a quien ni se les ocurra, nunca dejaremos de bancar.

Fotos: gentileza revista El Gráfico.

 

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4 COMENTARIOS

  1. No faltaba media vuelta para la bandera a cuadros.
    Faltaba una vuelta y media. Yo estaba en el autódromo, tribuna frente a la línea de llegada.
    Cuando el Lole se quedó , a continuación pasó Dennis Hulme , completó la última vuelta y ganó.

  2. Es cierto, faltaba una vuelta y media y no me hagan acordar que aun me causa tristeza ver parar al BT44 ahi en los mixtos, justo frente nuestro, recuerdo que vendi una yegua con potrillo y además mi viejo me tuvo que dar plata para pagar la entrada, que un primo sacó en la sede central del A.C.A y un tio me pago el viaje en tren y la estadia de cuatro dias en buienos Aires.
    Es mas, recuerdo que le llevaba 51 segundos a Dennis Hulme y 1 minuto 40 a Andreas Nikolaus Lauda y como 2 minutos a Gianclaudio Regazzoni. Hasta el dia de hoy me acuerdo la cara de desolación del Lole (y que decir de todos los que estabamos en esa tribuna)

    • Que buena anécdota Andrés, cuantos habremos raspado las piedras para poder ir esa vez al autódromo. sld

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