CORAJE AL EXTREMO
Durante años circuló la broma en el mundo latino de la Fórmula 1. El piloto con más huevos en la máxima categoría era, se bromeaba, Esteban Gutiérrez, porque su padre era el máximo exportador de productos de gallina de todo México.
Anthony Peter Roylance “Tony” Rolt no fue un brillante volante, aunque Stirling Moss afirmaba que habría estado entre los mejores pilotos si hubiera corrido con regularidad. Y, sin embargo, cataloga como el piloto más valiente de toda la historia del automovilismo.
Rolt compitió en tres carreras del Mundial de Fórmula 1, los Grands Prix de Gran Bretaña de 1950, 1953 y 1955, pero las tres participaciones terminaron en abandono. El 13 de mayo de 1950 –dentro de poco se cumplirán 75 años del acontecimiento- tomó parte de la primera prueba de la historia del Mundial, y aunque partió décimo, la caja de velocidades de su Connaught no le permitió dar más de cuatro vueltas. En 1953 falló un semieje y en 1955 la transmisión volvió a claudicar.
En pareja con Duncan Hamilton (nada que ver con Lewis), ganó las 24 Horas de Le Mans en 1953, al volante de un Jaguar C, y acabó segundo de Froilán González y Maurice Trintignant en la edición de 1954.
Pero no son esos logros calibran la auténtica clase de su valentía, sino por lo que hizo cuando, aún siendo ya piloto de autos de Grand Prix, tenía que correr pero por su vida.
Rolt apuntaba a piloto interesante en la década del ’30, pero fue la manera en la que se comportó, una vez que los motores se apagaran contra la voluntad humana, lo que lo hizo trascender. Había ganado el Trofeo del Imperio Británico en 1937, a los 18 años, conduciendo el ERA del príncipe siamés Chula –el mismo que desde los boxes le mostraba el cartel a su primo, el príncipe Bira, con instrucciones en siamés para que los rivales no entendieran qué le pedía- y repitió la victoria en 1939, en Donington, cuando el deber lo convocó y el coraje lo enalteció.
Es que, educado en la academia militar de Sandhurst, era mayor del Ejército británico, en la brigada de los rifleros. Probó su valor en la defensa de la 30ª Brigada de Infantería, en Calais, en mayo de 1940, cuando manejó un camión lleno de heridos, bajo fuego enemigo, para ponerlos a salvo, una acción que le valió la Cruz Militar, su primera condecoración. En esa acción, fue hecho prisionero de los nazis. Pasó el resto de la Segunda Guerra Mundial intentando evadirse. “Escaparse no era un juego. Ni era diversión. Era simplemente un deber”, afirmaría después.
Se ganó su segunda Cruz Militar por haber llevado adelante siete intentos de escape. Cada vez que los alemanes lo recapturaban, era encerrado en una prisión más opresiva, con rigurosos castigos y largos periodos de confinamiento solitario:
Primer intento: tras su captura, arrojándose a una zanja cuando los guardias nazis se distrajeron. Rolt buscaba un avión para retornar a Inglaterra, pero una patrulla lo recapturó y fue enviado al campo de concentración Laufen.
Segundo intento: empezó en la boca de un túnel cavado de apuro para escapar de Laufen. Los nazis lo descubrieron antes que la construcción fuera terminada, y Rolt fue trasladado al campo de Biberach, cerca de la frontera con Suiza.
Tercer intento: en agosto de 1941, se disfrazó de guardia alemán y salió caminando del campo. Otra patrulla lo recapturó cerca de la frontera con Suiza. Lo enviaron a un campo en Posen.
Cuarto intento: En Posen tiró una escala sobre la cerca de alambre de púa para escapar. Fue a parar a una celda de castigo en Warburg, en una zona desolada.
Quinto intento: aprovechó una visita de integrantes la Cruz Roja suiza para pedirles la ropa y salir del campo vestido con ellas junto a otros cuatro compañeros. Después de 48 horas de cacería humana atraparon a todos en una estación de tren. Fueron enviados a un campo de prisioneros en Eichstatt, Bavaria.
Sexto intento: De Eichstatt salió después de mezclarse en una fiesta vistiendo uniforme del ejército alemán propiedad del asistente de un general. Los nazis lo descubrieron a tres kilómetros del campo y confinaron en Colditz, un castillo sobre el río Mulde, en lo alto de una colina, una fortaleza prácticamente infranqueable (foto).
Séptimo intento: La mayoría de los compañeros de Rolt era miembros de la Fuerza Aérea británica, así que decidieron evadirse utilizando un planeador. ¿Y dónde iba a haber un planeador en un altillo? Lo construyeron… En una noche, 12 prisioneros levantaron una pared falsa en un ático, para ocultar el taller. Encontraron planos de un planeador en la biblioteca de la prisión. Se organizaron para recoger materiales con los cuales fabricar las 6 mil piezas individuales que precisaban para armarlo. Empezaron a trabajar en mayo de 1944 con la esperanza de terminarlo un año más tarde. Antes, en abril de 1945, llegaron las tropas norteamericanas. Rolt había perdido cinco años como prisionero de guerra. El planeador nunca voló, pero una réplica construida 40 años más tarde probó que habría sido capaz de hacerlo.
Cuando murió, en febrero de 2008 -17 años atrás-, era el único sobreviviente de aquel GP inglés de 1950 que inició la historia del Mundial, 75 años atrás.
¿Qué tiene más valor? ¿Los siete títulos mundiales de Michael Schumacher, los siete de Lewis Hamilton o las siete pruebas irrefutables de valentía y coraje de Rolt?
Se abre el debate, aunque a nosotros no nos quedan dudas.
Casi que seria paul newman, en la leyenda del indomable.