TREINTA AÑOS.

Han pasado de aquel otro triste (pero por una desgracia verdadera  y no por un resultado deportivo como fue la derrota argentina en el Mundial de Fútbol de Qatar) 22 de noviembre. Treinta años desde aquella mañana en Lobos en la que el impacto del Chevrolet azul y blanco contra uno de esos  maldito taludes que increíblemente constituían las «medidas de seguridad» en los circuitos permanentes tronchó la vida de Roberto José Mouras y un par de día más tarde la de su acompañante Amadeo González. En ese momento, Mouras luchaba rueda a rueda con el Dodge de José María Romero por el liderazgo de la carrera. Una imagen ganadora que por encima de la tristeza del final reflejó el espíritu deportivo que guiaba a Roberto.

Roberto Mouras sobre un Chevrolet. Una combinación ganadora en los 80/90 en la época de abundancia de carreras en los circuitos semipermanentes.

Tres décadas transcurrieron y muchas cosas pasaron en el Turismo Carretera pero no alcanzaron para que como en otras tantas cosas, los años condenasen al olvido la figura de Mouras. No podía ser de otra manera para quien además de un extraordinario piloto (es el segundo ganador en la hjstoria de la categoría detrás de Juan Gálvez) y un triple campeón fue un ídolo por encima de las marcas. Prueba irrefutable es que se ganó el respeto de todos los hinchas.

Veloz y aguerrido sobre un auto de carrera parecía otra persona en el trato diario con su carácter amable, su buena predisposición y su bajo perfil. Virtudes que actualmente y en un TC cada vez más distinto al que brilló Roberto, han posibilitado mantener encendida la llama de su recuerdo con el autódromo y las categorías de la ACTC que llevan su nombre pero básicamente con esa idolatría de banderas y estandartes que domingo a domingo portan miles de hinchas, muchos que ni siquiera habían nacido cuando hace treinta años Roberto José Mouras emprendió el viaje a la eternidad.

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