EL PAÑUELO AL CUELLO era el signo distintivo de su personalidad en épocas de antiflamas no tan rigurosos. Le daba un aire de canchero, que él completaba con una forma de ser que marcaba distancias hacia quien no
fuera de su amistad o entorno.
Hijo de un recio zaguero de Boca Juniors de la década del 40, Oscar Angeletti no tuvo un paso muy prolongado por el TC pero dejó su huella. Con los pergaminos de un campeonato en el TC del Oeste, llegó en 1984, en tiempos de predominios de los semipermanentes, de superioridad de los Dodge, de los ásperos duelos de Roberto Mouras y Oscar Castellano.
Dos años más tarde, con sus dos primeras victorias (Buenos Aires y 25 de Mayo) sobre un Dodge y otros buenos resultados atrapó el ansiado título de TC que a otros le costó mucho más. Pese a su abandono lo festejó en el último Gran Premio de los de antes que por caminos de La Pampa corrió la categoría. En 1989 ganó más que nadie (4 carreras) pero la regularidad de Castellano pesó más a la hora de las cuentas por el título. Encima la ACTC le archivó el rendidor Fairlane y lo obligó a subirse a un Falcon para 1990.
La carrera apertura en Santa Teresita fue debut y despedida con el nuevo auto. Un fuerte golpe contra una columna de alumbrado le provocó serias heridas en un ojo, que terminaron con su campaña. Dedicado a sus negocios particulares, empezó a poner distancias con el automovilismo y hasta a mirarlo con cierto resentimiento.
La noticia de su fallecimiento a los 64 años, como consecuencia de una enfermedad que lo aquejó en los últimos tiempos, impactó a todos. Llegó el mismo 7 de diciembre, de aquel que hace un cuarto de siglo lo colocó en el pico de su gloria deportiva con la conquista de su título de TC. El destino tiene esta ironías.
El recuerdo para Angeletti, el «idolo de los remiseros» como le habían puesto el año que corrió con el Farlaine. Una verdadera injusticia lo que le pasó y que no le dejaran seguir con ese auto