SALIMOS DEL CINE Y DECIMOS…
“F-1: The Movie” arrasa en boleterías. En su primera semana de exhibición, recaudó solo en los Estados Unidos unos 114 millones de dólares. Pero como el lanzamiento fue global, es de esperar que el fin de semana ya haya recuperado toda la inversión y lo que siga pase a ser ganancia.
No cabe duda, porque la auténtica Fórmula 1 le tiró toda la Corporación encima. A diferencia de las contadas películas del género que se produjeron desde el arranque del Mundial allá por 1950 (y que arranca con la bizarra “The Racers”, en 1954), esta cuenta con un apoyo oficial inédito. Toda una parafernalia que incluye una aparición estelar del CEO de la F-1, Stefano Domenicali, en el momento cumbre.
Pero no se trata de spoilear nada, sino de hilvanar algunas ideas circulantes a la salida del cine. Fui como ciudadano el domingo a las 12:50, a minutos de haber terminado el Grand Prix de Austria. La sala estaba repleta, pero mirando las caras circundantes, se me ocurrió que la mayoría no había visto la carrera. Primera conclusión, y de antes que empezara el filme: la audiencia no está conformado solo por fanáticos (actuales o venideros) de la Fórmula 1. Y esa era una barrera que a obras anteriores sobre el tema les costaba dejar atrás.
No descubro ni spoileo nada si pretendo que el filme rebosa de clichés jolivudenses. ¿Qué otra cosa podría pretenderse? Es un obra de Hollywood que, al menos, tuvo la inteligencia de incluir gente de la Fórmula 1 -el más notable es Lewis Hamilton, que logró que el guionista le hiciera un largo y poco disimulado homenaje a su padre– en la composición de obra. Es decir: Formula One Management no solo sacó los tanques a la calle sino que puso bastante de sí para volverla más cercana. Que la trama y su lógica no sean copia fiel de lo que ocurre en un autódromo era de esperarse.
Las críticas han sido muy dispares y también se entiende. Porque hay distintos niveles desde los cuales atacar la experiencia. Desde el entretenimiento, diría que los primeros 20 a 25 minutos son una masa, y después la onda expansiva se va angostando hasta un final que tiene algo de sorpresa. Desde la óptica elitista -esa que pretende que de F-1 solo entendemos unos pocos y que cualquier concesión al gran público es pecado mortal- se puede fruncir el ceño. Pero hay que soltar, muchachos. Drive to Survive ya nos mostró cuánto se puede manipular (y hasta qué grado es ridículo) manipular la real F-1. El director Joseph Kocinski no va tan lejos.
Y además hay un momento en la peli en el cual los expertos pueden sentirse vindicados. La trama conduce a un lugar en el cual, en un instante, nos decimos en voz baja “ahora solo puede ocurrir esto”. Nuestro acompañante puede creer que le estamos spoileando el guión, pero no, si la trama sigue la lógica de las carreras solo puede ocurrir lo que predecimos naturalmente… ¡y ocurre!
Una subtrama ligera, al servicio de la estampa de Brad Pitt y de sus seguidoras femeninas, no complica demasiado el verdadero objeto de la película: poner a la F-1 como centro de una exhibición multimediática. De las escenas de acción poco sorprende, salvo que la veas en una pantalla hipergigante, y aún así. Es decir: los nerds de la F-1 nos sorprendemos poco. Pero como eso presumíamos, no podemos decir “hemo sido traicionado”. Y las más de dos horas y media se pasan rápido.
Entre el abundante material de lectura producido por el lanzamiento de esta “F1: La película, una periodista inglesa ensayó una comparación con Grand Prix, el ícono de los años ‘60, que sigue siendo faro de varias generaciones. Por supuesto, las diferencias son notables, en todo sentido, pero para este cronista hay dos fundamentales:
- Aquella no ofrecía tan descaradamente un producto F-1. Sus personajes, seguramente, eran un poco más creíbles. No contrabandeaba marketing.
- En Grand Prix la muerte acechaba siempre. Ahora no forma parte del menú. Y en ese sentido, ambas reproducen de manera relativamente fiel, el sentimiento que generan las carreras de una y otra época. El accidente más grave de esta “F1: The Movie” parece reproducir uno mortal de 1973 (se insiste en la intención de no spoilear), pero aquí no muere nadie, señores… Sigan comiendo pochoclo sin problemas.
En un momento, cuando Brad Pitt y su troupe llegan a Zandvoort, la pantalla se divide verticalmente. Exactamente lo que ocurría cuando Yves Montand y los suyos llegaban a la antigua configuración de la pista ubicada a orillas del Mar del Norte. Un homenaje extremadamente sutil, pero un reconocimiento, de paso a los espectadores de paladar negro que llevan décadas siguiendo a la Fórmula 1 en todas sus expresiones.
Al final, tantas palabras para no decir lo único que importa decir en estas notas: ¿vale la pena ir?
Al grano: te puede gustar más o menos, te puede defraudar incluso, pero si te apasiona la Fórmula 1, no dejes de darte una vuelta.
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No voy