ROBERTO MIERES supo disfrutar bien de una vida que terminó este viernes 27 en Punta del Este, donde residía desde hace dos décadas. Y no sólo porque se extendió un poquito más de 87 años (había nacido en Mar del Plata el 3 de diciembre de 1924), sino porque la vivió con las emociones propias de un hombre de mundo con una profunda esencia deportiva en una época en la que el deporte no estaba contaminado por el negocio y el marketing. Por eso pudo ser tenista de haber tenido más determinación, o rugbier, de no haberse fracturado una pierna. Terminó destacándose como automovilista, aunque una vez retirado de las pistas también se hizo  notar en su otra pasión, el yachting, y fue representante argentino en la Clase Star en los Juegos Olimpícos de Roma en 1960.

Compañero de aventuras de Juan Manuel Fangio y Froilán González en esa década del 50 que vio tantas ilusiones argentinas en la Fórmula 1, no tuvo el brillo de ambos pero no desentonó y menos si se recuerda que nunca integró equipos de primera línea. Fue el argentino con mejores resultados en esa época después del Chueco y Froilán. Tres cuartos puestos  (España y Suiza 54 y Holanda 55) sobresalen de sus 17 carreras en el Mundial corridas entre 1953 y 1955, las tres primeras con Gordini y las restantes con Maserati. Para el recuerdo quedó también sexto lugar al que llegó tras largar 32 en ese Gran Premio de Inglaterra 1954 que con el triunfo de González, el tercer lugar de Onofre Marimón y el cuarto de Fangio vio la inédita, irrepetible y hoy añorada situación de cuatro argentinos entre los primeros seis de una carrera mundialista. Su físico privilegiado le posiblitó asimismo  en aquel infierno que, por las sofocantes temperaturas fue el Gran Premio de Argentina 1955 ser, junto al ganador Fangio, el único piloto que aguantó solo en la conducción de su auto las tres horas de carrera. Encima terminó quinto e inició así lo que sería su mejor temporada (8vo) en el Campeonato Mundial.

Roberto Mieres, Bitito, como lo rebautizó su madre  por la dificultad que siendo pequeño tenía para pronunciar su nombre, como lo llamaban los amigos con los que compartió largas charlas en ese refugio de refinados tuercas que era el mitico bar  La Biela, y como lo conocían en el ambiente de las carreras, es ya un recuerdo. Un agradable recuerdo

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