SI HAY UNA COINCIDENCIA entre la mayoría de los pilotos es que el fuego es el enemigo más temido.

Mauro Giallombardo no es la excepción, como  lo reconoció  su padre al revelar que “Mauro siempre me habló de su miedo al fuego y por eso le aconsejamos que en caso de un accidente contuviese la respiración…”. Recordar ese consejo, junto a su determinación y agilidad para salir de ese infierno en que se convirtió su Mondeo, le salvaron la vida en el impresionante accidente en la final del Top Race en Río Cuarto. Sus imágenes conmovieron incluso a los que no son habitúes del automovilismo.

Milagrosamente Lauda salió vivo de la hoguera que envolviò a su Ferrari en Nurburgring 1976

No es nuevo, ni de pilotos argentinos el temor al fuego. Jackie Stewart admitió haberlo experimentado al despistarse en el Gran Premio de Bélgica de 1966, y quedar atrapado en su BRM  con el combustible cayendo sobre el motor en marcha. Pudo zafar y desde entonces se convirtió en el abanderado de la seguridad, en épocas que este tema no era prioritario.

Los avances no pudieron evitar que entre las llamas de un auto de Fórmula 1 se consumieran en distintas carreras las vidas de John Taylor (Alemania 1966). Lorenzo Bandini (1967), Jo Schlesser (Francia 1968), Piers Courage (Holanda 1970), Jo Siffert (Brands Hatch 1971) y Roger Williamson (Holanda 1973) .

Paradojicamente el accidente más emblemático con fuego en la F-1 no fue fatal. Lo protagonizó Niki Lauda el 1 de agosto de 1976 en el Gran Premio de Alemania. Su Ferrari se despistó y comenzó a arder antes de ser chocada por otros autos. La intervención de varios pilotos, con Arturo Merzario a la cabeza, salvó a Niki de morir quemado , o asfixiado por los gases tóxicos que aspiró. Igual estuvo al borde de la muerte, hasta le dieron la extremaunción, pero increíblemente se recuperó y a los 42 días, volvió a correr. Comenzó así a entrar en una leyenda,  que hoy disfruta en vida como director ejecutivo de Mercedes Benz,  y con las cicatrices en su rostro de aquel terrible accidente que no terminó con su vida pero en cambio, condenó al destierro en el Mundial al legendario y extenso circuito de Nurburgring. Desde entonces no hubo tragedias por accidentes con fuego en Fórmula 1, de todas manera, se vivieron sustos recordados como los de Gerhard Berger en Imola 1989 y Jos Vertappen ( el padre de Max) en Hockenheim 1994.

La detenciòn para recargar combustible en su Benetton se convirtió en un infierno para Jos Verstappen en Hockenheim 1994. Escapò con leves quemaduras.

En Argentina, otro gran campeón no tuvo rubores en confesar su temor al fuego. Juan Gálvez, el más campeón y ganador del TC, acompañó esa opinión con la particular actitud de no usar cinturón de seguridad. “Ví morir a algunos pilotos quemados por no poder salir del auto…”,  explicaba  Gálvez que tal vez de haber usado cinturón de seguridad  se hubiese salvado el 3 de marzo de 1963 cuando en la Vuelta de Olavarria volcó, salió despedido de su Ford y murió al golpear su cabeza contra el piso.

No era caprichoso ese temor de Juancito al fuego. En épocas como las décadas del 40, 50 y 60, cupecitas recorrían miles de kilómetros y llevaban cerca del habitáculo los bidones de combustible, que recargaban en plena marcha y eran levantados en las curvas lentas por los acompañantes cuando se los arrojaban auxilios de los equipos; varios pilotos ofrendaron sus vidas en el altar del fuego.

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Los avances técnicos que también llegaron al TC no eliminaron las tragedias con fuego. Un ejemplo patético fueron los revolucionarios Prototipos Ford, con tanques de combustible ubicados en sus laterales, que en menos de una semana de agosto de 1967 calcinaron dos autos y las vidas de Oscar Cabalén y su acompañante Oscar Arnaiz en San Nicolás, y en Buenos Aires, la de José Gímenez, el acompañante de Atilio Viale del Carril, que salió vivo pero con graves quemaduras. Ocho meses más tarde en la trágica carrera  de Balcarce-Lobería el fuego se llevo cuatro (Jorge Kislling y Segundo Taraborelli con sus respectivos acompañantes) de las siete vidas que se perdieron aquel negro domingo 28 de abril.

Asi quedó el Dodge donde el fuego consumió la vida de Octavio Suárez.

Implacable, el fuego no hizo distinciones de jerarquía. Así el 23 de septiembre de 1984 se cobró al vida de Octavio Suarez, piloto y presidente de la ACTC, una dualidad que permitía por entonces el automovilismo nacional. Parecía un vuelco más el sufrido con su Dodge en la Vuelta de Tandil al punto que su acompañante pudo salir del auto cuando todavía estaba volcado. No pudo imitarlo Suárez porque su robusta contextura física (le decían el Gordo) le impidió salir por el  parabrisas. Un detalle que le costó la vida porque al ser dado vuelta para colocarlo en su posición normal, el auto explotó y Octavio murió quemado vivo. Terrible, como también lo fue la muerte de Jorge Cosma y su acompañante en julio del año siguiente en el circuito semipermanente Monte  cuando su Dodge chocó contra una alcantarilla sobre la ruta 3 y se incendió. Ahí cerró el TC la lista de mártires del fuego. Ojalá nunca la reabra.

Los avances en seguridad fueron atenuando tanto en Argentina como en el resto del mundo la temible presencia del fuego en los accidentes. Pero está claro que no la eliminaron. Ese terrible enemigo de los pilotos se mantiene amenazante y acechante en cada circuito como se vio en Río Cuarto, donde  a poco estuvo de dar un zarpazo fatal.

Esto hace necesario saber porqué el Mondeo de Giallombardo tomó fuego tan rápidamente y también un analisis más profundo de la actuación de los servicios de seguridad. Por más que en Río Cuarto se le haya ganado, sigue siendo peligroso jugar con fuego.

 

Por M.S.

Fotso: Prensa Top Race, frikipedia.es, Historia Tc.com.ar  .

 

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